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I N T R O D U C C I Ó N
Motivaciones, consideraciones y prejuicios americanos sobre el Bello País
La intensidad y la peculiaridad del vínculo entre dos Países no se pueden definir
exclusivamente en base al conocimiento de sus sistemas político-económicos. Entre los
hombres y las sociedades de aquellos Países se vienen a crear relaciones civiles y
culturales que, a través de la interrelación de las experiencias literarias (periódicos,
libros, revistas…) y de las modas (cine, música, arte…), permiten descubrir las
influencias recíprocas sobre las respectivas identidades nacionales.
Se trata, por lo tanto, de una serie de pequeños conocimientos, no solo políticos o
económicos, sino también culturales, de tenerlos siempre actualizados.
El trabajo que presento en estas páginas nació del deseo de indagar la naturaleza
de las relaciones italo-americanas desde un punto de vista cultural, literario en
particular, abandonando cada tipo de investigación económica y política, además
teniendo bien presente cómo cada uno de estos aspectos sean un azulejo fundamental
para poder completar un mosaico tan complejo y articulado.
Para tener un marco que fuese el más completo posible, aunque en la parcialidad
de las informaciones debido a la consultación de una única fuente y a la incompletaza
necesariamente derivada de intervenciones críticas que no son siempre tales, he tomado
en consideración un período amplio, que comprende cuarenta años de recensión sobre la
literatura italiana, publicadas entre 1947 y 1987 sobre las páginas de The New York
Times Book Review, suplemento literario dominical de The New York Times.
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En cuanto respecta la opción de tomar el 1947 como fecha de inicio de mi
análisis, ella es debida al hecho que el lanzamiento del Plano Marshall, concebido para
la reconstrucción de una Europa salida exhausta del segundo conflicto mundial, y el
inicio de la guerra fría, marcan un ulterior e irreversible desenlace en las relaciones
entre Italia y América, que proceden desniveladas entre altos y bajos hasta el
Setecientos y que, desde entonces, se alternan entre prejuicios, desintereses,
desconfianza, incomprensión, odio y amor recíprocos.
La elección del plazo para concluir mi investigación, al contrario, ha sido más
combatida. Los años Ochenta, en efecto, no ofrecen muchas posibilidades de operar
cesuras o ulteriores periodizaciones internas, como habría sido posible, en cambio, para
cualquier otro momento precedente. Probablemente, habría podido interrumpir las
investigaciones diez años antes, o sea en 1977, pero actuando así habría seccionado una
parte de literatura importante para que el marco fuese realmente completo, al menos por
aquello que concierne el aporte italiano a mi investigación: estoy hablando, en modo
particular, del último Calvino y de Umberto Eco, cuyas novelas han impreso un punto
decisivo al curso de la literatura italiana entre el final de los años Setenta y el inicio de
los años Ochenta, inaugurando el así llamado postmoderno, un género (admito que lo
sea) que se define como compenetración y juego entre los géneros literarios
tradicionales y que, por esto, está en grado de atender las expectativas de un público
altamente compuesto, de aquel dedicado a la literatura de masa y desarticulada, a aquel
con veleidad culturales elevadas.
Llegar hasta 1987, por lo tanto, me ha consentido dar suficiente respiro a la
investigación, sobre todo en consideración de los tiempos necesarios a las casas editoras
americanas para traducir y dar a la estampa las novedades literarias provenientes del
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Viejo Mundo, y de tener ulteriores confirmaciones del interés que, aunque si con
siempre menor frecuencia, ellas continúan a suscitar ultramar.
Mi trabajo se divide en cuatro capítulos articulados en una serie variable de
párrafos, en los cuales he tratado de subdividir el material encontrado por décadas, en
modo de evitar capítulos monográficos sobre cada autor reseñado por la Book Review.
Cada capítulo, entre otras, presenta una breve descripción de las condiciones de la
editorial y de la sociedad italiana que han suscitado el interés de los críticos americanos.
Desde la segunda posguerra hasta el final de los años 80, la presencia de nuestra
literatura sobre las páginas de The New York Times Book Review ha sido en general,
constante y se es encomendada a los nombres de los mayores escritores italianos de los
últimos cincuenta años. El panorama ofrecido por la Book Review, por lo tanto, es muy
variado y articulado, gracias también a la diversidad de los enfoques en materia literaria
de parte de los críticos que han firmado cuarenta años de recensión.
En el curso de esta larga incursión en las páginas de la revista americana, han
sido recordados los múltiples trayectos recorridos de la literatura italiana, con aquellas
luces y sombras que han, en la mayor parte de los casos, impedido catalogaciones de
género precipitados e impropios y que la crítica estadounidense ha seguido
diligentemente, a veces apreciándolas, a veces criticándolas, pero subrayando siempre el
vínculo con una tradición cultural milenaria. Desde Dante a Moravia no ha sido
olvidado ninguno.
El número de las recensiones no es constante, naturalmente. En los años 70, por
ejemplo, la Book Review continua a absolver el propio compito de observadora vigía y
presente, aunque si con algunas excepciones. En los momentos más delicados de la
política americana, extranjera y nacional, rastrear artículos que no hagan exclusiva
referencia a los recientes advenimientos, desde la guerra del Vietnam al escándalo de
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Watergate, se convierte en una verdadera y propia empresa. Entre 1974 y 1981,
entonces, no ha sido posible encontrar recensiones sobre las publicaciones italianas, que
se subsiguieron según un ritmo más o menos constante. A veces no se encuentran
propiamente.
Los artículos publicados, de todas maneras, han referido con precisión las
transformaciones afrontadas por la editorial italiana, del perfeccionarse progresivo e
inexorable del ciclo editorial en todas sus fases, de la elección del autor a la promoción,
a la distribución en el mercado. Son, aquellos, los años de los premios literarios
retomados de la televisión, más eventos mundanos a los cuales no faltar por nada al
mundo y menos momentos culturales; son los años de la publicidad, en el cual un paso
televisivo constituye el suceso de un autor o de un libro más del favor del público. Se
lee el autor más que el libro, como si la sola posesión material de aquel nombre fuese en
grado de conferir, de consecuencia, cualquier estatus o prestigio irrenunciable.
Regularmente inconclusos, finalmente, son los años 80, pero esto es de imputar,
en cierta medida, a la creatividad de nuestros autores, al camino recorrido en general por
la literatura italiana y a las opciones editoriales que surgen, ahora, sobre los nombres de
clamor que garantizan regularmente la salida de seguros sucesos, continuando una
praxis que afonda las raíces en la búsqueda del favor del público a prescindir, a la vez,
del real valor de la obra. En tal caso, los libros dignos de notabilidad representan la
excepción, sin embargo, no obstante algunos momentos oscuros en los cuales se teme la
desaparición de la literatura italiana en América, no se puede por cierto negar la
presencia de agradables novedades, entre las cuales el gran suceso conquistado de “El
nombre de la rosa” de Umberto Eco y la presencia de los autores de la “nueva
generación”, de Massimo Romano a Daniele Del Giudice, a Antonio Tabucchi, a Marco
Lodoli, a Cinzia Tani.
8
Lo que he realizado, me parece una aclaración debida, no pretende de hecho ser
un trabajo de crítica literaria, para el cual servirían competencias más profundas de parte
mía y la consulta de una fuente adecuada, se trata, más que, de la observación de las
modalidades de acogimiento de nuestra literatura por el público americano (de la
frecuencia de las recensiones al apreciamiento de las obras y de los autores), en modo
de dar una forma a Italia que desde los años 50 recorre las estradas de América.
Hasta este punto, he aclarado, o al menos he tratado de hacerlo, los términos
temporales y las modalidades de desenlace de mi investigación, dejando, pero, en
suspenso las razones que me han inducido a afrontarla.
A menudo se habla de “americanización” de los gustos y de las modas en Italia,
de la presencia imponente del “gigante americano”, desde la comida a la música, de la
contaminación lingüística a la danza y al cine. El pueblo italiano se ha apropiado, así de
una enorme cantidad de modelos nacidos ultramar: el fulgor del mito parece haber
ofuscado la desconfianza en contra de una cultura fundamentalmente pobre y muy
joven. Por esto, aprovechando una ocasión oficial, he finalmente decidido satisfacer una
curiosidad personalísima, perfectamente conciente de la eventualidad que el misterio
ofrece solo por si mismo, infinitamente. Comprender en qué modo y en qué medida la
cultura italiana ha sido acogida al exterior y cuáles impresiones ha comunicado, por lo
tanto, no ha sido una tarea fácil y, si una solución ha sido encontrada, ella no es más que
una de las tantas posibles.
Italia, por lo tanto, ¿ha dejado alguna cosa de sí más allá del océano?
Indudablemente lo ha hecho, pero no siempre los Estados Unidos parecen haber
recibido una imagen digna. Los prejuicios americanos en contra de Italia, en efecto, no
son desvanecidos del todo en el curso del Novecientos, por aquella lontananza cultural y
geográfica que continua a separar los dos pueblos, al menos en la opinión del ciudadano
9
americano medio el cual, en cualquier modo, siente todavía aquel gusto por el
pintoresco y el terrible del Bello País que tantos visitadores, de cada parte del mundo,
ha atraído desde el dieciochoavo siglo. Mucho ha sido escrito a propósito de las
relaciones italo-americanas hasta la edad de las luces
1
, cuando Italia es simplemente el
lugar de la belleza, del clasicismo y del arte renacentista que a aquella se es inspirada en
gran parte de su producción. Hasta aquel lejano momento, en la mente de América
nuestro País ha sido una idea, un mito lejano que ha encarnado el ideal de la perfección
artística, un tipo de museo al abierto disponible para cualquiera que haya tenido la
posibilidad de admirarlo. Es la Italia que también los americanos, en la onda del
entusiasmo de los jovenzuelos ingleses de buena familia que se hacían raptar de las
exploraciones del Grand Tour, logran después la conquista de la independencia de la
madre patria, interesados particularmente en las bellezas artísticas y naturales de nuestro
País, más que a sus condiciones políticas, sociales o civiles. No hay un real interés de
conocimiento en estos “tours” que difunden una imagen fuertemente romántica de
nuestra península a través recuentos de viaje pululantes de anotaciones folclóricas y
sobre el carácter pasional de las gentes italianas; entre otras, las escasas páginas
relativas a los aspectos políticos y económicos italianos son todas otras que lisonjerías.
En modo particular, los observadores extranjeros, sin distinción alguna, lamentan la
falta de un capital, de un centro del cual puedan irradiarse las directivas por un buen
gobierno del País, aunque si todavía dividido en Estados y Repúblicas Independientes.
La inclinación de admiración y de simpatía que América siente con respecto a Italia, a
partir de los años de la Restauración, durante el Resurgimiento y en ocasión de la
1
1. Franco Venturi, “Italia fuera de Italia”, en Historia de Italia. Desde el primer Setecientos a la Unidad
(Vol. III), Torino, Einaudi, 1973.
2. Robert París, “Italia fuera de Italia”, en Historia de Italia. Desde la Unidad hasta hoy, (Vol. IV, tomo
I), op. cit., 1975.
3. Ernesto Ragionieri, “Italia juzgada, 1861-1945. Es decir la historia de los italianos escrita por los
otros”, Bari, Laterza, 1969.
4. Giorgio Spini (a cargo de), “Italia y Estados Unidos desde el Setecientos a la edad del Imperialismo”,
Padova, Marsilio, 1976.
10
unificación en 1861, es todo destinado, por lo tanto, a la antigua civilización de la cual
ella es heredera, a la tradición literaria y a la gloria artística, más que a sus
comportamientos “prácticos”: es un fuerte sentimiento de añoranza y nostalgia en
relación de un pasado ya lejano y quizás perdido. Para el resto, Italia es solo una
muchedumbre de pobres miserables. La satisfacción generada de la unificación se
acompaña, de otro lado, a juicios sin piedad sobre el persistir de males crónicos
ulteriormente agravados de la efectiva debilidad del nuevo Estado unitario, de la escasa
actitud del gobierno de la clase dirigente italiana y de la cuestión meridional que es una
directa consecuencia. Italia es todavía un País humilde y pobre, sobre todo en el Sur que
continua a conservar, a los ojos de los observadores extranjeros, un exotismo todo
particular, pero indagado en modo no más presuroso y complaciente. Esta hostilidad,
todavía latente, se manifiesta en toda su violencia al final del siglo XIX tomado de un
más amplio número de observadores, en ocasión del evento que marca el primer giro
importante en las relaciones italo-americanas. Una masiva emigración de italianos hacia
la nueva tierra prometida constituye un canal privilegiado para la observación, sin la
mediación cultural, de una multitud anónima y harapienta, la exacta antitesis de la
imagen literaria y tradicional de Italia difusa en los siglos anteriores.”
2
En general, por lo tanto, los juicios expresados sobre Italia de fin de siglo son
inciertos, divisos entre el apreciamiento por el progreso logrado con la modernización
de la economía (vienen inaugurados los primeros, grandes institutos bancarios, nuevos
impulsos apremian la industria pesada y nuestra península parece bien avalada sobre la
estrada recorrida por los países europeos más avanzados) y la desolación de la miseria
ligada a doble filo con las medidas proteccionistas y con la falta de un sólido mercado
interno, por no hablar de los fuertes contrastes sociales que recorren el último decenio
2
Ernesto Ragionieri, Italia juzgada, 1861-1945. Es decir la historia de los italianos escrita por los
otros”, op. cit., Introducción, p. XLVII.
11
del siglo (desde los Fascistas Sicilianos en 1893, a los movimientos de Lunigiana en
1894, a los tumultos por el pan y a las barricadas milaneses en 1898) y de aquellas
pobres almas que, de la otra parte del Atlántico, están transcurriendo el obligatorio
período de cuarentena a Ellis Island. En cada modo, la Italia descrita en las crónicas a
comienzos del Novecientos no es más, o al menos no solo, el bello museo al abierto. No
hay más sitio para las añoranzas, actualmente.
Un ulterior momento-clave en la evolución de las relaciones entre Italia y
Estados Unidos, aunque para aquel con respecto al punto de vista italiano, es
ciertamente la crisis seguida al primer conflicto mundial. Mientras en Italia se ha
difundido un sentimiento de desilusión y de desconfianza, seguido a los acuerdos de paz
tomados durante la Conferencia de París de 1919, que alcanza su ápice con la empresa
multitudinaria de Gabriele D‟Anunzio, “interprete de una vieja tradición de retórica,
de vacuidad, de ostentaciones nacionalistas”, no “consumado comediante y pintoresco
impertinente”
3
, la crisis ofrece a los Estados Unidos la ocasión de una penetración
comercial en Italia, como del resto en mucha parte de Europa por reconstruir. Es propia
la aparición de Mussolini y del fascismo a hacer posible la consolidación de las
relaciones económicas italo-americanas. El régimen viene saludado positivamente por la
prensa estadounidense, no solo de aquellos que, conservadores y arduos sostenedores de
la doctrina de Monroe, del desembarco de los “andrajosos meridionales”, han
identificado Italia con la indolencia, la irregularidad y la escasa disciplina. El fascismo,
desde este punto de vista, representa un prometiente destino para Italia, de otra manera
encaminada en el sendero de la total decadencia, y los testimonios lisonjeros en el
confronto de Mussolini se derrochan, sobre todo en las correspondencias de Anne
3
Franco Venturi, “Italia fuera de Italia”, op. cit., pp. 471,487.
12
O‟Hare McComick, famosa columnista de The New York Times, y en las palabras
inspiradas de Richard W. Child, entonces embajador americano en Italia.
En general, la prensa mantiene una actitud di espera en el confronto del régimen
4
(también en los difíciles momentos de la marcha en Roma y del asesino de Giacomo
Matteotti) y de su jefe carismático, si bien que el fascino emanado de aquella figura de
hombre hecho por si mismo sea tomado como irresistible. Las relaciones económicas
entre Italia y Estados Unidos proceden pacíficas, a parte de algunas reservas sobre
política exterior del régimen (se transforma en temores fundados con la invasión de
Etiopía), finalmente al estallido de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo porque en
relación a la amenaza representada del comunismo y del nazismo, el fascismo parece el
mal menor.
Otro motivo no ignorable de la actitud amistosa de los Estados Unidos, en los
confrontes con el régimen, es el favor del cual el fascismo goza por gran parte de la
comunidad italo-americana, finalmente orgullosos del nuevo giro de Italia, gracias a la
propaganda desarrollada de Generoso Pope a través de sus periódicos, Il Progresso
Italo-Americano y Il Corriere d’América.
De otra parte, faltaría alguna cosa a la crónica de aquellos años si no se
recordase la acción del antifascismo por la opinión pública americana. En la primera
mitad de los años 30 el movimiento antifacista italo-americano recibe nueva linfa desde
el arribo de los fugitivos italianos, antes en 1938, después de la publicación de la Carta
de la Raza, y después en 1940, en seguida a la ocupación tudesca de Francia. La
presencia de un número así elevado de hombres de cultura (Carlos Sforza, Giuseppe
4
En cuanto respecta las relaciones italo-americanas a partir de los años del fascismo, se hace referimiento
a los siguientes textos:
1. Pier Paolo D‟Attorre (a cargo de), “Enemigos por la piel. Suelo americano y mito soviético en Italia
contemporánea”, Milán, Franco Angeli, 1991.
2. John P. Diggins, La América Mussolini y el fascismo, Bari, Laterza, 1972.
3. Gian Giacomo Migone, Los Estados Unidos y el fascismo. A las orígenes de la hegemonía americana
en Italia, Milán, Feltrinelli, 1980.
4. Gaetano Salvemini, Italia vista por América, Milán, Feltrielli, 1965, vol. I-II.
13
Antonio Borgese, Gaetano Salvemini, Alberto Tarchiani, Alberto Cianca…) inspira la
idea, en 1939, de fundar la Sociedad Mazzini, priva de una determinada línea de partido
y de orientación liberal-democrático, para “convencer a los Estados Unidos que ser
antifascistas no implica necesariamente ser comunistas”
5
La asociación antifacista, a través de los dos semanarios Mazzini News y Nazioni
Unite, actúa en dos direcciones, pero con la única finalidad de defender la causa
italiana, para una paz más justa, y promover iniciativas de ayuda a Italia. De una parte,
por lo tanto, difunde la imagen de una Italia que combate contra el fascismo a través de
la opinión pública americana, mientras de otro lado busca convencer las comunidades
italo-americanas que el único modo para ser fieles a Italia no es no traicionar a
Mussolini, sino hacer que ella se aleje del Eje y abrace los ideales democráticos de los
cuales América es portadora.
La caída del fascismo y el desembarco aliado en Sicilia constituyen un momento
de sucesiva profundidad del conocimiento recíproco entre Italia y América. En modo
particular para los Estados Unidos, el primer impacto de los G.I. con Italia liberada
repropone los viejos prejuicios en los confrontes de los italianos, plebe ignorante,
puerca, ladrona, lista a venderse por una barra de chocolate o por una paca de
cigarrillos. Las cosas, afortunadamente son destinadas a cambiar en modo gradual a
partir de 1947, con el varo del ERP. Es el inicio de una nueva era en las relaciones
italo-americanas, en un clima de colaboración recíproca que se llevará hasta nuestros
días, además sin abandonar los así naturales prejuicios que de ambas partes involucran
la imagen de los dos Países.
5
Maddalena Tirabassi, La Mazzini Society (1940-1946): una asociación de los antifascistas italianos en
los Estados Unidos, en “Italia y Estados Unidos desde la Gran Guerra a la Segunda Guerra Mundial”, a
cargo de Giorgio Spini, Gian Giacomo Migone, Massimo Teodori, Padova, Marsilio, 1976.
14
De parte de los italianos
Prejuicios y desconfianza hacen parte también de la particular percepción local
de América, no obstante a menudo se habla de Sueño Americano y de americanización,
sobre todo, de los hábitos culturales italianos.
Para muchos italianos América no es precisamente una realidad, sino más bien
una tierra exótica, el País mítico de los prados y de los espacios sin confines, de los
inmensos recursos económicos, de las metrópolis, de los bandidos, de los aventureros y
de William Frederick Cody, o Búfalo Bill, que después de haber combatido en la Guerra
de Secesión, entre finales del Ochocientos y el inicio del Novecientos, gira en Europa
con el circo Barnum. Nuestro interés, entonces, por largo tiempo continua confinado
dentro de límites puramente exótico-literarios, por lo tanto no debe suscitar sorpresa la
facilidad con la cual se difunde el mito americano de la Tierra prometida
6
para muchos
emigrantes que buscan mejores condiciones de vida.
El shock del impacto con aquel País sobre el cual habían estado proyectadas las
esperanzas de hombres, mujeres y niños, es fuerte aunque para nuestros emigrantes por
los cuales América se transforma bien rápido de El Dorado en “América amarga”, como
escribe Emilio Cecchi. La situación se hace todavía más crítica cuando, en los años 20,
Harding aprueba una serie de leyes restrictivas que fijan una cuota sobre la inmigración
y que impactan sobre todo los emigrantes de Europa meridional, los italianos en modo
particular. La ilusión de un bienestar que había atraído tanta gente pobre de cada parte
del mundo, se revela en toda su vacuidad. Es propio la falsa civilidad del bienestar el
6
1. Pier Paolo D‟Atorre, “Enemigos por la piel. Sueño americano y mito soviético en la Italia
Contemporánea”, Milano, Franco Angeli, 1991.
2. Allan Nevins, Henry Steele Commager, “Historia de los Estados Unidos”, Torino Einaudi, 1982,
pp. 336-341.
3. Sergio Romano (a cargo de), “Los Americanos e Italia”, Milán, Libros Scheiwiller, 1993, pp. 11-26,
realizado por el Banco Ambrosiano Veneto.
15
adversario de las polémicas antiamericanas en Italia, especialmente en los años 30
7
. El
régimen, pues teniendo la necesidad de mantener buenas relaciones con los Estados
Unidos, está empeñado en la promoción, a través de los italianos, de una imagen
positiva, “buena”, humana, del estado corporativo y del tipo de sociedad que ella se
propone fundar sobre los sólidos valores de la latinidad y de la romanidad y sobre el
genio itálico, ligados indisolublemente a nuestra historia milenaria, contra la deshumana
y mecánica civilidad americana, presagio de “corrupción espiritual, superficialidad,
infantilismo, incultura de masa, … materialismo”
8
.
Parte de la opinión pública del Viejo Mundo pronuncia decidida la condena del
sistema de valores de la cultura bárbara y todavía demasiado joven de las tierras más
allá del océano, de aquel american way of life que ha sustituido la verdadera cultura con
los más superficiales divertidos “panem et circenses”
9
, dice Michela Nacci, de la cuna
del automatismo estandarizado que ha conducido al conformismo de los consumos y, de
consecuencia, a la nivelación de las opiniones. Es convicción difusa que América tenga
ciegamente ignorado cómo el bienestar material y el lujo capilaramente difuso
conduzcan a la debilidad del espíritu y, por lo tanto, a la ruina y al derrumbe de la
propia civilidad no más sostenida de estímulos de renovación o de energía creativa.
También Mario Soldati, Carlo Levi y Emilio Cecchi, por cuanto atraídos hacia la
tierra de la libertad, se sienten al contrario motivados de la aridez de los contactos
humanos, de la tristeza de la vida en las gélidas metrópolis estadounidenses y de la
vulgaridad del gusto producido por la “barbarie del confort”
10
.
En aquellos años, los contactos “culturales” entre Italia y Estados Unidos llegan
a través de las caricaturas, la literatura de apéndice, la música y, sobre todo, el cine, la
7
Michela Nacci, “El antiamericanismo en Italia en los años Treinta”, Torino, Bollati Boringhieri, 1989.
8
Michela Nacci, op. cit., p. 88
9
Michela Nacci, op. cit., p. 101
10
Michela Nacci, op. cit., pp. 36-45
16
principal fuente de información sobre actitudes y valores de la sociedad americana que
ha definido sobre bases originales un nuevo canal para la proyección de la propia
imagen al exterior, más allá de la potencia militar o de la habilidad diplomática
tradicional
11
.
Hollywood, en calidad de primer embajador, más o menos criticable, de los
Estados Unidos en Italia, parece el principal responsable del crecimiento de intereses
hostiles hacia las tierras más allá del océano. Las películas comerciales made in U.S.A.
son el instrumento de la difusión de una imagen distorsionada de la realidad americana
con la sola intención de producir sensaciones artificiales para un pueblo fagocitado de
una vida que poco o nada concede a la creatividad. Los sucesos cinematográficos
americanos son juzgados ordinarios, estereotipados, infantiles, pero de todas maneras en
grado de corromper a los italianos a través de los modelos de vida y de comportamiento
de una “cultura primitiva”.
De otra parte, no se puede por cierto negar, también en los años 30 y en aquellos
siguientes, la existencia del mito americano como una parte importante del antifascismo
expresado a través de las letras, basta pensar en Vittorini y en Pavese, que, pero,
América los han solo anhelado, pero aunque al mismo Soldati, que en América ha
estado realmente, y a Cecchi. Y si por Cecchi y Soldati, la rudeza de la vida social
americana se es traducida en un mecánico y bajo materialismo, para los otros se es
revelada como la manifestación de un primitivismo vital e incontaminado. Sin embargo,
es también verdad que, al menos hasta la segunda posguerra, el americanismo sigue
intraducible en la realidad italiana.
Después del desembarco en Sicilia, las percepciones recíprocas, incluso directas,
no más mediadas de élites culturales, políticas y religiosas, cambian radicalmente y, a
11
Cfr. David W. Ellwood. “El cine y la proyección de América”, en “Enemigos por la piel. Sueño
americano y mito soviético en la Italia Contemporánea”, op. cit., pp. 335-348.
17
pesar de que en Italia no sea todavía desaparecido un sentimiento fuertemente
ambivalente, a partir de 1947, con el varo del European Recovery Program, casi toda
nuestra península se encuentra en soñar un siempre menos lejano American Dream
cuyos símbolos son difusos capilaramente con la publicación, en colaboración con la
casa editora Mondadori, de Selecciones del Reader’s Digest
12
.
No más llevadero en algún modo al mito americano de los intelectuales
antifascistas, el sueño americano es un auténtico fenómeno de masa que tiene, de nuevo,
en el cine el principal promotor, tanto más que los film americanos de la posguerra
sobre avanzan prolongadamente la producción neorrealista italiana.
Y eso que, todavía en los años ‟60, se repropone la añosa polémica sobre la
degradación cultural causada por la difusión de modelos fáciles, de la cultura del
bienestar y del consumismo, que concurren a la “difusión de una filosofía de la
<materialidad>… y de una irremediable vulgaridad”
13
.
La cuestión americanismo-antiamericanismo es bien extensa para ser resuelta y,
entre otras, no es ésta la sede más adaptada en la cual lanzar luces sobre un misterio
que, quizás, como tal debe permanecer.
“All the news that’s fit to print”
Este es el credo de The New York Times, un importante llamado para todos
aquellos que han siempre deseado leer un periódico serio, bien cuidado y poco inclinado
12
Chiara Campo, La América en sala: el Reader‟s Digest en Italia, en “Enemigos por la piel. Sueño
americano y mito soviético en la Italia Contemporánea”, op. cit., pp. 416-426. Según la autora,
Selecciones ha llevado a término con suceso la americanización de ciertos medios italianos que, desde
aquel momento, serán los protagonistas del boom económico y los principales sostenedores de la alianza
con los U.S.A. contra el comunismo.
13
María Malatesta, El rechazo de la americanización en la cultura italiana de los años ‟60, en “Enemigos
por la piel”, op., cit., p. 292. La autora esta citando las reflexiones de Ennio Flaiano, “Diario de los
errores”, en M. Corti y A. Longoni (a cargo de), Obras. Escritos póstumos, Milán, 1988 (1966, 1968,
1969), pp. 372, 374,
18
al chisme hasta a sí mismo, rico de noticias atendibles de América y del exterior, en fin,
un ejemplo del mejor periodismo americano.
The New York Times representa el punto de llegada de la revolución del
periodismo americano inaugurado por el penny press (los periódicos son vendidos al
precio de un penique y no más de seis centavos) a partir de los años treinta del
ochocientos
14
.
El primer penny paper es The New York Sun de Charles Dana, en 1833. Otros
importantes penny papers de New York son el Evenning Transcript, The New York
Herald de James Gordon Bennett (1835) y The New York Tribune de Horace Greeley
(1841) Es el “triunfo de la <noticia> sobre la editorial y de los <hechos> sobre la
opinión, un cambio plasmado por la democracia y por el mercado […].”
15
The New York Daily Times, sale por primera vez el 18 de septiembre de 1851.
En 1857 la palabra Daily es eliminada del título. El mérito de la iniciativa es de Henry
Raymond (director) ya colaborador de Horace Greeley en el Tribune, a George Jones,
viejo colega de Raymond en el Tribune (director comercial), y a otro hábil periodista,
E.B. Wesley. El periódico es modelado sobre el London Times, por lo tanto se propone
como serio divulgador de noticias. No entendiendo volverse un ciego órgano de
propaganda, se mantiene independiente respecto a partidos o a grupos políticos, con una
propia conducta política y una actitud conservadora que, sin embargo, no le impiden ser
más abierto sobre las cuestiones sociales. Iniciado como periódico whig, rápidamente
sostiene el movimiento de los Free-Soilers y después apoya los republicanos. Raymond,
en efecto, asiste al nacimiento del partido Republicano del cual escribe la primera
plataforma en 1856. Su inclinación por la política y su habilidad oratoria le meritan el
14
Cfr. Frank Luther Mott, “Periodismo Americano: Una historia 1690-1960”, New York, Macmillan,
1962, pp. 229-252.
15
Michael Schudson, “El descubrimiento de la noticia. Historia social de la prensa americana”, Napoli,
Liguori Editor, 1987, p. 25.