7De manera que Kant decide por una parte, que la razón humana tiene determinados
intereses supremos y que éstos son alcanzables. Por otra parte, diagnostica el
fracaso de la tarea precedente y la urgente necesidad de una crítica que prepare el
camino para lograr lo que hasta el momento no se ha logrado, esto es, alcanzar
dichos intereses. En estos elementos, como he propuesto antes, se encuentra el
impulso y la orientación general de la tarea que se impone el pensador. Ahora bien,
¿cómo realizar esa tarea? Kant comienza por proponer que la crítica sólo puede
alcanzar éxito en virtud de un cambio de método, practicado ya antes con buenos
resultados en la matemática y la ciencia natural, pero no aplicado aún en la
metafísica. Se trata de suponer que los objetos deben conformarse a nuestro
conocimiento, en vez de ser nuestro conocimiento regido por los objetos mismos (7).
Este cambio o «giro copernicano» puede hacerse como un ensayo, como un intento
por una vez, pero la verdad es que desde ya es posible afirmar su eficacia, dice el
pensador, puesto que elimina todas las obscuridades y contradicciones metafísicas
precedentes (8). De hecho, sostiene Kant, el cambio de método en la metafísica
constituye la tarea de la crítica de la razón pura especulativa (9).
Kant realiza pues la crítica de la razón pura especulativa para poner término a los
errores del pasado respecto de los intereses de la razón. Sin embargo, lo cierto es
que las conclusiones de dicha crítica, en palabras del propio Kant, «quedan lejos de
los grandes objetivos a los que en realidad se encaminaba todo el esfuerzo de la
razón pura». No hay duda de que esas conclusiones resultan de importancia positiva
respecto del problema de qué podemos saber teoréticamente, es decir, de las
ciencias. Pero tratándose de saber, dice el pensador, «queda al menos decidido con
seguridad que él no puede sernos jamás concedido en lo que a tales objetivos
supremos se refiere» (10).
Podría pensarse, según esto, que en su primera crítica Kant no avanza un paso en
dirección a los intereses supremos de la razón. Pero esto no sería más que una
apariencia engañosa. En efecto, por una parte Kant supera los errores de la antigua
metafísica al delimitar claramente aquello que la razón especulativa puede conocer,
esto es, los fenómenos. Pero por otra parte, tanto o más importante que lo anterior,
se preocupa de dejar a salvo la posibilidad no ya de saber de la libertad, sino de
poderla pensar sin contradicción. Es esta posibilidad la que le permitirá más adelante,
en la crítica de la razón práctica, intentar la demostración de la realidad de la libertad
en otro orden cognoscitivo y como consecuencia de tal demostración, postular la
realidad objetiva de la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
En la presente obra crítica, trato precisamente del intento kantiano por demostrar la
realidad de la libertad. Kant propone la existencia de un orden cognoscitivo práctico,
definido precisamente como uno en el que opera la libertad (11). El problema se
plantea como la demostración de la realidad de la ley moral, poniendo a la base de
ésta el concepto de la libertad. La realidad de la ley moral, dice Kant, proporciona un
hecho que anuncia y determina positivamente un mundo puro del entendimiento y con
ello, confiere a la causalidad por libertad realidad objetiva (12). Entonces, en virtud de
8esta implicación recíproca entre libertad y ley moral, la primera es propuesta como
hipótesis que ha de verse confirmada sólo si se logra demostrar la realidad de la
última. Por cierto que el mismo carácter hipotético debe atribuirse a ese orden
cognoscitivo antes aludido, el conocimiento práctico, ya que su legitimidad dependerá
directamente del éxito de la demostración propuesta.
Tal como se explicará en seguida, el argumento trascendental pertinente comienza
por justificar la posibilidad de un uso práctico para la razón. Kant sostiene que cuando
se piensa prácticamente algo como real, se tiene la certeza inmediata de que a las
categorías aplicadas les corresponde, en esa relación, un objeto. Es precisamente
esa certeza inmediata la que justifica la aplicación práctica de las categorías y otorga
significación y sentido al pensamiento. Se considera luego la posibilidad de la ley
moral. Para responder al problema planteado por la posibilidad de una causa
necesaria y universal de determinación de la voluntad, pero causa no natural sino
libre, Kant desarrolla los conceptos de «imperativo categórico», «deber» y
«formalidad de la ley». Este último concepto da lugar a una extensa consideración,
repetida en las dos obras éticas kantianas e ilustrada con numerosos ejemplos, sobre
los criterios de prescripción moral, esto es, la contradicción lógica y la contradicción
práctica. En relación con la posibilidad de la ley moral, el pensador trata también los
problemas planteados por la necesaria exclusión de la sensibilidad en cuanto
fundamento en toda determinación moral.
La reflexión precedente prepara el camino para pasar a considerar directamente la
realidad de la ley moral. En relación con esto, quedan claramente excluídos toda
demostración teorética y todo recurso a la experiencia, precisamente por tratarse de
una causalidad por libertad (13). Pero esto no obsta para que Kant afirme la realidad
de la ley moral, haciendo presente que, tan pronto como formulamos máximas de la
voluntad, tenemos conciencia inmediata de un fundamento de determinación
supremo en relación con las máximas propuestas y con la determinación de la
voluntad a ellas. «La ley moral es dada como un hecho de la razón pura, del cual
nosotros a priori tenemos conciencia», afirma el filósofo (14). De manera que así
queda cerrada la demostración trascendental kantiana y probadas la realidad de la ley
moral y de la libertad y sobre esta base, mediante un argumento adicional, postuladas
la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
Sabemos que el argumento kantiano, por el cual el pensador cree probar la existencia
de un orden cognoscitivo práctico y la realidad de la libertad, ha sido objeto de gran
controversia desde el momento mismo de su publicación. Es imposible de ocultar que
la demostración ofrece numerosos puntos obscuros y difícilmente comprensibles,
entre ellos particularmente la solución propuesta para la tercera antinomia, el
argumento del paso a los fines y la realidad del «hecho de la razón», aspectos todos
imprescindibles dentro de la línea discursiva kantiana. Otras partes de tal
demostración han sido censuradas y hasta ridiculizadas por innumerables autores,
como es el caso de algunas consecuencias de la aplicación de los criterios de
prescripción y también la exclusión de los sentimientos de las determinaciones
9morales. Pero hay que decir que muchas críticas se han originado en una defectuosa
interpretación de la doctrina kantiana o en la consideración de elementos empíricos,
todo lo cual las invalida por completo. De manera que para esos puntos poco claros
han sido propuestas diversas explicaciones y para los otros problemas mencionados,
se ha hecho presente el error respectivo, es decir, la mala interpretación o el
elemento empírico que sustenta la censura. Por todo ello, podría decirse que el
argumento trascendental kantiano se mantiene relativamente firme luego de más de
dos siglos.
¿Significa entonces lo anterior que Kant tuvo éxito en su propósito de alcanzar con
certeza el conocimiento de los intereses supremos de los hombres y de poder
identificar lo que hay que hacer en consecuencia? A mi entender, la respuesta a esto
debe ser negativa. Pienso que aunque el argumento trascendental no haya sido clara
y definitivamente invalidado en este tiempo, resulta innegable que toda consideración
seria de la obra moral kantiana debe aceptar que ésta ofrece numerosas y graves
obscuridades y en muchos pasajes, como es el caso de los criterios prescriptivos a
que me referiré más adelante, el pensador parece andar a tientas. Pero todo esto es
precisamente lo que él reprochó a la metafísica anterior a su tiempo y se propuso
eliminar, mediante una severa crítica de toda la facultad de conocer.
Volviendo al argumento trascendental kantiano y a las controversias que ha suscitado
por más de dos siglos, hay que decir que innumerables tratadistas han objetado en
este tiempo lo que a mi juicio es la parte más débil del argumento, la parte en la que
éste definitivamente hace crisis y se desploma. Me refiero a las consideraciones que
sustentan la realidad del «hecho de la razón», el que a su turno pretende probar la
realidad de la ley moral y es por ello el fundamento último de toda la demostración
kantiana. Como hago notar en esta obra, es asombroso que por lo general aquellos
críticos discrepantes no vinculen este problema con el valor de la prueba, sino al
contrario, se inclinen a tratar el tema como un asunto difícil, que finalmente puede
resolverse interpretando y hasta modificando ligeramente lo expuesto por Kant. Ahora
bien, sabemos que él entiende por «hecho de la razón» la conciencia inmediata que
tenemos de la ley moral, tan pronto como formulamos máximas de la voluntad. Esta
conciencia inmediata, de carácter moralmente compulsivo, se hace presente en
relación con las máximas aludidas y con la correspondiente determinación de la
voluntad. Por ello, no puede ser otra cosa que la conciencia de una prescripción
moral, según la cual, como resultado de la prueba de cada máxima contra la
formalidad legal, para todo plan de conducta ha de quedar especificada una conducta
concreta como moralmente posible. De aquí se sigue muy claramente que la realidad
del «hecho de la razón» y con ello la validez de toda la demostración kantiana
respecto de libertad, inmortalidad del alma y Dios, dependen en definitiva de la
respuesta a esta pregunta: ¿es capaz la ley moral, en cuanto prueba formal aplicable
a todo plan de conducta, de prescribir conductas concretas?
10
El problema recién expuesto es considerado con algún detenimiento en la última
parte de esta obra. Según Kant, la prescripción moral surge de la confrontación de las
máximas de la voluntad con la forma legal. De esta confrontación debe surgir una
contradic-ción o una concordancia. Es precisamente la contradicción lo que constituye
el criterio prescriptivo de posibilidad moral y ella puede ser de dos tipos: contradicción
lógica y contradicción práctica. Respecto de la primera, muestro allí que la
contradicción lógica, por sí sola, carece de toda capacidad prescriptiva. Primero
porque el propio Kant limita su aplicabilidad (15) y luego porque, aún en los casos en
que hay contradicción de este tipo, la posibilidad de hacer útil la prescripción depende
de una consideración práctica y no lógica. Esto sucede porque el criterio ahora
tratado se funda en la contrariedad entre el plan de conducta propuesto y la
subsistencia o destrucción de una práctica, circunstancia o cosa establecida, que es
lo que he denominado «institución». Pero como la necesidad moral de subsistencia o
destrucción de cualquier institución no puede justificarse empíricamente, se sigue que
ella debe estar entonces dada a priori en la voluntad y es por tanto un asunto de
contradicción práctica.
En relación al segundo criterio prescriptivo, el de la contradicción práctica, explico en
la obra cómo la dificultad de conciliar a priori el deber hacia sí mismo con el deber
hacia los demás seres humanos resulta en prescripciones morales invariablemente
ambiguas, lo que es explícitamente reconocido por Kant en algún caso y se encuentra
también implícito en el carácter vacilante de su argumentación al tratar esta materia.
Es cierto que el pensador propone en relación con este problema el concepto de
«autonomía», el que hace moralmente necesario el enlace sistemático de todos los
fines absolutos en un «reino de los fines». Pero dicho concepto, que se funda en el
argumento de por sí sumamente discutible del «paso a los fines», no es más que un
«ideal» y por ello equivale solamente a un planteamiento y no a una solución del
problema. En suma, el criterio de contradicción práctica parece más bien tener el
efecto de paralizar la voluntad, antes que el de constituir un fundamento de
determinación de ésta a un plan de acción moralmente posible.
La conclusión que a mi entender se sigue de lo anterior es que los criterios
prescriptivos kantianos no tienen utilidad moral y que por esto el «hecho de la razón»,
en cuanto conciencia inmediata de una prescripción moral, carece de toda realidad.
Esto impide apoyar en el «hecho de la razón» la demostración de la realidad de la ley
moral y deja por consiguiente sin demostrar la realidad de la libertad, como asimismo
y con mayor razón, los postulados de la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
De aceptarse esto, habría razón para decir que Kant, quien pretendió superar con su
filosofía crítica las obscuridades y contradicciones de la metafísica tradicional, logró
efectivamente plantear una sólida teoría sobre los principios y límites del
conocimiento científico. Pero respecto de aquellos intereses supremos de los seres
humanos, como quiera que se los denomine, no tuvo igual suerte.
11
En estas condiciones, podría pensarse que su fracaso en este sentido, como lo
sugieren algunos tratadistas, se haya debido al menos en parte a que el filósofo,
movido por sus intereses existenciales, transgredió sus propios límites y no se movió
de la teoría a la práctica al tratar de la libertad, sino sólo de la teoría en general a la
teoría de la práctica en particular.
Santiago, julio de 1991.
F.A.V.M.