9
forma privada, sosteniendo los intereses de sus respectivos partidos. De esta manera se
restringe la visibilidad del poder ante la ciudadanía y viene a faltar la confrontación
entre fuerzas políticas en el parlamento, que sirve sólo para oficializar acuerdos ya
establecidos. Así que el oficio político se ha convertido también en Bolivia en una
profesión, dando lugar a la pérdida de confianza de la población en los partidos
tradicionales. Lo mismo que pasa en las democracias occidentales, donde los
ciudadanos no tienen ningún tipo de contacto con sus portavoces políticos. Esta falta de
interés hacia la política que se manifiesta en las jóvenes generaciones occidentales se
debe, en mi opinión, a la distancia entre el electorado y los políticos. Brecha que se hace
cada vez más ancha: la gente ya no cree en la actividad política, percibe que toda
reforma va a ser dibujada en el interés de uno u otro corralillo político y que para el
ciudadano medio nada va a suponer un cambio. La diferencia entre uno y otro caso
reside en la desigual situación socioeconómica: aquí los derechos mínimos están
garantizados, se disfruta de ciertas ‘comodidades básicas’ (agua corriente, luz,
alcantarillado) y existe la posibilidad de reponer nuestras aspiraciones en el trabajo o en
el estudio por ejemplo. Allí no todos los derechos citados más arriba están consolidados,
el trabajo raramente está regularizado, la pobreza es excesiva, la tasa de paro altísima y
los sueldos no dan casi para vivir. De consecuencia la gente ve en la actividad política
un aliviadero para mejorar su condición. Por esta razón las manifestaciones populares
registran un altísimo grado de participación y han surgido movimientos que reivindican
derechos básicos, de matriz étnica y social. La población hace oír su voz, busca
representantes que de verdad le representen, no está ofuscada por el consumismo y las
modas, cree todavía que la política pueda mejorar su situación.
Este alejamiento entre el pueblo y los representantes políticos ha dado origen a
nuevas formas de representación política, con la participación activa del pueblo
boliviano. Las multitudinarias protestas de los últimos diez años certifican la voluntad
popular de querer decidir el destino de su país. De ahí que hayan surgido movimientos
que representan sectores tradicionalmente excluidos del juego político, con una fuerte
base popular. Pienso al MAS, Movimiento al Socialismo, y al MIP, Movimiento Indio
Pachakuti, que han llegado a tener siempre más fuerza electoral en el país. El MAS,
objeto de este estudio, es un movimiento que se formó en los noventa para defender los
derechos de los cocaleros, los campesinos que se dedican al cultivo de la hoja de coca.
10
Su máximo dirigente, Evo Morales, ha sido nombrado presidente de la republica
después de la aplastante victoria del MAS en los comicios de 2005. Este hecho ha
despertado mi curiosidad e inspirado esta tesis. Un sindicalista indígena, no
comprometido con los intereses de la oligarquía boliviana ha tomado la presidencia del
país, hecho no muy común en América Latina. Me he preguntado: ¿Qué clase de
socialismo supone este movimiento? ¿Qué reivindica esta nueva agrupación política?
¿Cuáles son sus relaciones con la izquierda latinoamericana de ayer y de hoy? ¿Tendrá
alguna conexión con la política de Chávez en Venezuela y con Cuba? Para dar respuesta
a estas cuestiones me he propuesto investigar las características de este liderazgo
político, averiguar sus conexiones con el socialismo tradicional y aclarar las
reivindicaciones específicas del MAS. Por eso iremos examinando de que manera ha
sido asimilado históricamente el socialismo en Latinoamérica, a través del análisis de
algunos de los más agudos observadores de izquierda suramericanos; puntualmente
analizaremos el pensamiento de Haya de la Torre, Mariátegui y Che Guevara. La
percepción de los postulados marxistas en Latinoamérica, que ocupa el primer capítulo
de este estudio, presupone la aparición de un actor que no figura en la teoría europea: el
indio. Dedicaremos espacio al indio, que se sobrepone al campesino y al obrero de la
teoría marxista añadiendo al problema puramente social la reivindicación étnica. Sí,
porqué evidentemente en Bolivia el obrero es también un indígena, que a las demandas
de clase añade una serie de reivindicaciones étnico-culturales, que descienden de la dura
opresión sufrida durante y después de la colonización española. Se pondrá énfasis
entonces en el papel del indio, tanto a nivel histórico como en la actualidad, vista la
propagación de movimientos indígenas que tienen representación política.
Observaremos al indio desde una perspectiva también literaria, bajo el enfoque de la
corriente indigenista en particular. Seguirá a esta parte dedicada a la recepción del
socialismo en América Latina un repaso de las ideologías de corrientes como el
indigenismo, el populismo y la teología de la liberación, de las que nos ocuparemos en
el segundo capítulo, con el fin de averiguar si hay traza de ellas en el discurso político
de Evo Morales.
En la tercera parte nos adentraremos en la actualidad boliviana, empezando por la
fase de la democracia pactada (1985-2003). Luego se reseñarán los acontecimientos más
importantes que han determinado el fin del periodo gobernado por los pactos entre
11
partidos: protestas populares masivas, guerra del agua (2000) y guerra del gas (2003) en
particular. Este periodo ha supuesto la afirmación a nivel electoral de los movimientos
políticos ‘no-tradicionales’. Llegamos así a las elecciones del 2005 que han visto el
triunfo de Evo Morales. Pasaremos luego a examinar la actitud del nuevo gobierno, su
componente populista, su vinculación con los sindicatos y sus primeras medidas
importantes, como la Ley de nacionalización de hidrocarburos. Observaremos con el
auxilio de la prensa italiana y española las reacciones internacionales a estas medidas, a
tenor del conflicto entre gobierno boliviano y algunas multinacionales extranjeras
(Repsol-YPF y Petrobras) que han salido perdiendo con el decreto de nacionalización.
Haremos hincapié en esta nueva izquierda que está naciendo en Bolivia como el
resultado de la pluralidad de actores que la integran. Analizaremos los problemas
pendientes del gobierno de Morales: el asunto internacional de la coca que prevé la
erradicación de los cultivos de la zona del Chapare; el antiguo problema de las tierras
para las comunidades indígenas; las reivindicaciones de autonomía regional de las
ciudades del Oriente del país; la convocación de la Asamblea Constituyente. La
persistencia de altos niveles de pobreza y de exclusión social ha cuestionado la
sostenibilidad de las medidas económicas puestas en acto en los últimos veinte años. De
hecho, la aplicación de políticas neoliberales no ha traído ventajas al país, que tiene que
encarar un proceso de reformas constitucionales. La convocación de una Asamblea
Constituyente para la revisión de la constitución es quizás el asunto pendiente más
importante para Bolivia. Los referentes en ese sentido no faltan. Me refiero al vecino
Ecuador, país en el que la Asamblea Constituyente ha sido establecida en 1997 a
consecuencia de una revuelta popular. El fin era redactar una nueva constitución que
incluyera un número de disposiciones novedosas, sobre todo relacionadas con la
representación y los derechos de los pueblos indígenas: conoceremos en que punto está
Bolivia para la resolución de este asunto.
En el último capítulo veremos que la aparición de movimientos ‘no-tradicionales’
con reivindicaciones políticas no es patrimonio boliviano, sino que se extiende a todo el
continente. En relación a estos nuevos movimientos estudiaremos si efectivamente
estamos delante de una internacionalización de los mismos. Trayectoria internacional
que se refleja en las protestas de estos movimientos en contra de una globalización
desenfrenada y de las recetas económicas de organismos como el FMI y el Banco
12
Mundial. Buscaremos finalmente analogías entre los gobiernos de la nueva izquierda
latinoamericana, en especial después de la ronda electoral del 2006 que interesa a
muchos países del área.
El caso de Bolivia es particularmente significativo porqué materializa el
descontento popular de muchas democracias jóvenes en América Latina, con respecto a
como han evolucionado sus procesos democráticos. No faltarán pues referencias a otras
naciones latinoamericanas que se enfrentan a los mismos retos que Bolivia. El mundo
de hoy, por lo menos a nivel económico, se divide en dos bandos: el del Occidente
industrializado que empuja el proceso globalizador y el de los países que son victimas
designadas de este sistema. Bolivia es uno de estos países, tiene un escaso consumo
interno, un alta tasa de pobreza y prácticamente vive de los ingresos procedentes de sus
recursos naturales. Una caída en los precios mundiales de estos materiales supone una
crisis para su economía; y estos precios están fijados en las bolsas de valores de Nueva
York o de Londres, hecho que pone a Bolivia en una posición aún más débil. El fracaso
de las instituciones tradicionales de representación política, es decir los partidos, y la
toma de poder del MAS son, a mi juicio, hechos muy importantes para modificar esta
tendencia, para absolver a Bolivia de la dependencia económica de otros países u
organismos. Quizás sea sólo una cuestión subjetiva. Tuve la ocasión de visitar
Guatemala, un país en muchos sentidos similar a Bolivia y en donde alrededor del 70%
de la población pertenece a diversas etnias indígenas. Me sorprendió leer que la mayoría
de las tierras estaban en las manos de doce individuos, y que once de estos vivían en la
capital e invertían sus ganancias en la tierra con el fin de especular
1
. Allí como en
Bolivia, la desigualdad en la distribución de la riqueza es horrorosa. Era agosto del 2003
y Guatemala estaba en plena campaña electoral. Los aspirantes a la poltrona de
presidente eran el general Efraín Ríos Montt y el ex alcalde de la capital Óscar Berger.
El primero había sido dictador después de un golpe de estado (1982), y luego había
desencadenado una feroz represión llegando a quemar más de cuatrocientas aldeas
indígenas, con su triste política de ‘la tierra arrasada’. Lo curioso del asunto es que para
presentarse a las elecciones del 2003 Ríos Montt ha violado un decreto constitucional
que él mismo había promulgado. Dicho decreto afirma que no se permite concurrir a
cargos gubernamentales a quién haya atentado al poder en Guatemala (creo que un
1
Eduardo H. Galeano, Guatemala clave de Latinoamérica, p. 119, México, Editorial Nuestro Tiempo,
1967.
13
golpe de estado se puede incluir en esta categoría). Obtuvo la victoria el segundo, Óscar
Berger, de pelo blanco, descendencia alemana y fisonomía muy europea, que era el
nuevo pupilo de los terratenientes y de las multinacionales. Al preguntar a la gente
porqué no votaban por un candidato de rasgos indígenas, que reivindicara las
necesidades de la mayoría de la población, los guatemaltecos no sabían que
responderme. Estaba claro que no había ningún aspirante indígena con las capacidades
financieras para organizar una campaña electoral, para llegar a todos los pueblos del
altiplano así como hacían Montt y Berger: en fin, era imposible ganar en contra de una
propaganda como la de estos dos candidatos. Ahora Guatemala está otra vez en las
manos de EE. UU., luchando por un sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU en
contra de Venezuela. No es una lucha para los guatemaltecos sino para los intereses
estadounidenses que no quieren a Chávez en el Consejo de Seguridad. Sobre todo por
esta razón me ha interesado mucho la toma de poder de Evo Morales, un presidente
indígena en un país indígena, que parece comprometerse con los intereses de la mayoría
de la población; que lucha por salir de la dependencia económica de los prestamos del
FMI que sufre Bolivia; que lanza un mensaje fuerte al mundo desarrollado. Por esto he
decidido analizar su figura e investigar si tiene lazos con el socialismo o si se trata de
una nueva forma de hacer política, sin una ideología preestablecida. Intentaremos
responder a todas las cuestiones que se exponen en esta breve introducción para
finalmente hacer algunas consideraciones sobre el futuro de Bolivia, y darnos cuenta de
las posibilidades de un desarrollo efectivo del país. Empezaremos analizando el
pensamiento de dos intelectuales y expertos en política peruanos, que fueron de los
primeros en captar las ideas socialistas y adaptarlas a la situación de América Latina.
Haya de La Torre y Mariátegui nos brindan las primeras impresiones de cómo fue
recibido el socialismo en Latinoamérica.
14
“Otra vez repito que no soy un critico imparcial y objetivo. Mis
juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis
pasiones. Tengo una declarada y energética ambición: la de
concurrir a la creación del socialismo peruano. Estoy lo más lejos
posible de la técnica profesional y del espíritu universitario”.
José Carlos Mariátegui
Lima, 1928
15
Capítulo 1
El Socialismo en América Latina
1.1 ANTECEDENTE HISTORICO: EL COMUNISMO INCAICO
El pueblo incaico que habitaba en las modernas naciones andinas había vivido
durante muchos años en un sistema comunista. El imperio Inca se extendía desde
Ecuador hasta el norte de Argentina, pasando por Perú, Bolivia y Chile, ocupando las
áreas alrededor de toda la cordillera andina. Era un pueblo de campesinos dedicados a la
agricultura y al pastoreo que había alcanzado un alto nivel de organización económica.
El comunismo incaico era de tipo agrario y preveía la propiedad común de las tierras
cultivables, de las aguas, de las tierras de pasto y de los bosques; la cooperación en el
trabajo y la apropiación individual de cosechas y frutos. El régimen colonial aniquiló la
estructura económica incaica, sin reemplazarla por una economía que trajera mayores
beneficios. Es más: disolviendo la comunidad, el latifundio no solo atacaba una
institución económica, sino también una institución social que preservaba la tradición
familiar indígena. La Conquista española determinó la sustitución de gran parte de las
comunidades agrarias indígenas por latifundios de propiedad individual, cultivados por
los indios bajo una organización feudal. Aunque parezca mentira la Independencia, en
lugar de restituir las tierras a las comunidades, fortaleció aun más la aristocracia
terrateniente. Los privilegios de la Colonia generaron los sucesivos privilegios de la
16
República. La propiedad individual, con la consiguiente expropiación de tierras
comunales a favor del latifundismo, fueron asistidas por leyes ridículas que
progresivamente ahogaron la tradicional organización comunitaria indígena.
De estas consideraciones se desprende el innato carácter socialista de las
civilizaciones precolombinas además de la vitalidad del comunismo indígena, que
impulsaba a variadas formas de cooperación y asociación. El indio nunca se hizo
individualista, siempre encontró el medio de defender la comunidad a través de la
cooperación. La persistencia de la comunidad frente a la agresión constante de las
haciendas es una prueba de la tendencia natural del indio al comunismo. La gran
adaptabilidad de la comunidad, su capacidad de resistir y modernizarse, ha permitido al
indígena defender sus hábitos sociales. Mariátegui, cuyo pensamiento analizaremos en
este primer capítulo, reconocía en las aldeas indígenas los hábitos de cooperación y
solidaridad propios de un espíritu comunista, remarcando las múltiples formas de
resistencia de las comunidades frente a la agresión latifundista. Señaló el cuento
Ushanan-Jampi
2
(1920), de Enrique López Albújar (1872 - 1966), como precioso
documento del comunismo indígena. En él se hace muestra de cómo funciona la justicia
popular en los pueblos indígenas, donde casi no llega la ley nacional. El protagonista
del cuento, Cunce Maille, es condenado al exilio por los ancianos del pueblo; si no
respeta la condena se le aplicará la sentencia de muerte. Aquí entra en juego la nostalgia
del indio que, aunque sabiendo lo que arriesga, no resiste al deseo de sentirse bajo su
techo. Éste relato nos brinda el ejemplo de un pueblecito indio, organizado en un
sistema proto-comunista, donde la justicia es función de la sociedad entera; por el
contrario, en un régimen individualista la justicia se burocratiza y es función de jueces y
magistrados. Volveremos a hablar de López Albújar en la parte dedicada al indigenismo
literario (párrafo 2.4.3.), para formular una interpretación diferente de Ushanan-Jampi.
Estas premisas nos hacen pensar que Latinoamérica está particularmente inclinada
hacia formas de gobiernos ‘socializantes’, capaces de ajustarse a la realidad social y de
respetar las tradiciones ancestrales de su población. La visión de la antigua civilización
andina bajo este enfoque se presta también a una interpretación que muestra a los indios
como fundadores del comunismo perfecto. Los Incas de hecho ejercen en el
indigenismo marxista una fascinación increíble; el boliviano Tristán Marof (seudónimo
2
E. López Albújar, en Cuentos Andinos, Lima, Ediciones Peisa, 1987.
17
de Gustavo Navarro) funda su pensamiento socialista en la exaltación del pasado
incaico. En La justicia del Inca (1934) matiza que ellos “formaban un pueblo que
nadaba en la abundancia. Sus leyes eran rígidas, severas pero justas. La economía estaba
maravillosamente prevista y regulada. La cosecha se repartía escrupulosamente
3
”. Esta
interpretación hace de América Latina, y más exactamente de los Andes, el lugar de
aparición de la organización comunista primitiva más avanzada conocida hasta entonces
en el mundo. Marof fue la figura dominante de la izquierda boliviana desde los años
treinta, acentuando la reflexión sobre el socialismo y la cuestión nacional. Hizo una
simbiosis entre el indigenismo y el marxismo, al señalar que los males del país no
residían en la existencia de indios y cholos, sino en la opresión y explotación de la
oligarquía minera y del imperialismo. Marof estaba al frente de un grupo que actuaba en
el destierro, conocido como ‘Tupac Amaru’. El grupo se oponía a la guerra con
Paraguay (Guerra del Chaco, 1932-1935) y proponía la organización unitaria de obreros
y campesinos para la conquista del estado socialista. Los marofistas defendían la
tradicional estructura comunista latinoamericana, con sus peculiaridades, y sostenían
que el comunismo incaico podía conducir al socialismo. Fueron ellos quienes
constituyeron el primer sindicado campesino boliviano, en Cochabamba.
Unos años más tarde, en 1946, se produjo un hecho importante en la historia del
socialismo boliviano: la redacción de la ‘Tesis de Pulacayo’. Durante el congreso de
mineros en el distrito de Pulacayo fue aprobado este documento, preparado por
Guillermo Lora. En ello se decía:
El proletariado de los países atrasados está obligado a combinar la lucha por las tareas
demo burguesas con la lucha por reivindicaciones socialistas. Ambas etapas –la
democrática y la socialista– no están separadas en la lucha por etapas históricas, sino que
surgen inmediatamente la una de la otra. […] Bolivia es país capitalista atrasado. Dentro de
la amalgama de los más diversos estadios de la evolución económica, predomina
cualitativamente la explotación capitalista, y las otras formaciones económico-sociales
constituyen herencia de nuestro pasado histórico. De esta evidencia arranca el predominio
del proletariado en la política nacional. El proletariado se caracteriza por tener la suficiente
fuerza para realizar sus propios objetivos e incluso los ajenos.
4
3
Recopilado en Henri Favre, El Indigenismo, p. 55, México, Fondo de Cultura Económica, 1998.
4
En Mariano Baptista Gumucio, Breve historia contemporánea de Bolivia, p.162, México, Fondo de
Cultura Económica, 1996.
18
En el documento de Lora se habla del potencial del proletariado, de antiimperialismo,
de la explotación capitalista y de la lucha por la democracia combinada con la lucha por
el socialismo en los países pobres. Es uno de los documentos clásicos del movimiento
obrero boliviano y testimonia la paulatina penetración de algunos conceptos marxistas
en la sociedad latinoamericana. Regresando a las influencias incaicas sobre el marxismo
suramericano cabe recordar la labor del peruano Hildebrando Castro Pozo. En Del ayllu
al cooperativismo socialista (1936) analiza detalladamente el funcionamiento de la
institución comunitaria precolombina, citando el ejemplo de una comunidad que se
transformó en cooperativa de producción, de consumo y de crédito. Según Pozo esta
circunstancia puede generalizarse y extenderse a otras comunidades; su interpretación
sugiere el traslado de la antigua tradición del comunismo agrario a un marco
institucional moderno de carácter cooperativo. Ese cooperativismo, junto a una
renovación ideológica de la conciencia de las masas indígenas, llevará a la implantación
de un socialismo latinoamericano. También Haya de la Torre, cuyo pensamiento
examinaremos con más detalle en este capitulo, sintetiza en una frase su visión de la
sociedad andina precolombina:
“El socialismo incaico no es, pues, solo una arquitectura puramente económica, representa
también la evolución de un concepto totémico [...] Creo que la organización social incaica
es la experiencia económica y política más extraordinaria de todo el pasado. Elevar el
comunismo primitivo sin destruirlo, del tipo tribal al de un vasto estado, es la misma obra
que realiza la naturaleza al unir las células sin matarlas para construir tejidos y órganos.
Miremos que los Incas realizaron aquello de conservar y progresar con un sentido político
esencial
5
”.
Haya de la Torre habla de una experiencia económica y política, para designar el
sistema incaico. No todo el mundo se conforma con la definición de comunismo o
socialismo, para describir la organización del imperio incaico.
Antropólogos y etnólogos se oponen a dicha definición, refutando el mito del
perfecto estado socialista incaico. El suizo Alfred Métraux (1902 - 1963) contrapone sus
investigaciones empíricas y metódicas a la imagen de una organización comunista del
imperio de los Incas, rectificando de esta manera las tesis propuestas en el siglo XVIII
por filósofos, romanceros y autores dramáticos. Ellos creían en la perfección del Estado
5
V. R. Haya de la Torre, Teoría y Táctica del Aprismo, Lima, Ediciones La Cultura Peruana, 1931.
19
Inca, unos por suponerlo comunista y otros por considerarlo sometido a un despotismo
iluminado. En Gli Inca
6
(1961), Métraux refuta también las posturas de Marmontel y
Luis Valcárcel, que exaltaban la organización económica y las inteligentes leyes del
incario, reconduciéndolo a un Estado socialista. Es cierto que la organización del
Imperio tenía características que se podrían considerar propias de un Estado comunista,
como el control estatal de la producción, la rígida jerarquía social, la limitación del
derecho de libre circulación de bienes y personas, pero un análisis más escrupuloso de
la cuestión nos demuestra que no se trataba de un sistema comunista. La verdadera
potencia de los Incas reposaba sobre el trabajo y la unión de pueblos que, a pesar de las
diferencias lingüísticas y de costumbres, integraban el mismo imperio. Así que había
viejos reinos, grupos aislados y confederaciones de tribus fusionados en el mismo
Estado. Las comunidades rurales de los valles andinos, los ‘ayllu’, no obedecían a
ningún jefe, gozaban de larga autonomía y constituían las auténticas células del
Imperio; supieron desarrollar la agricultura de manera extraordinaria a pesar de las
difíciles condiciones territoriales. Lo que, según Métraux, ha fomentado el mito del gran
Estado socialista de los Incas ha sido una concepción lacónica de sus instituciones. El
régimen de propiedad ha sido descifrado según cánones europeos, hecho que ha dado
lugar a interpretaciones equivocadas. Era un imperio fuertemente religioso, en el que
también la organización económica dependía del culto religioso. Piensen que una vez
anexada una provincia, los soberanos la dividían en tres partes: la primera para el Sol, la
segunda para el rey y la tercera para los habitantes del imperio. Las tierras del Sol se
cultivaban para satisfacer las necesidades del numeroso clero; las del rey se trabajaban
para el gobierno, además de servir de ayuda en caso de carestía o calamidad; la tercera
parte de tierras se repartía entre las familias de cada comunidad, dependiendo del
número de componentes del núcleo familiar. La propiedad privada se limitaba a la
posesión de una barraca, de un cerco, de vestidos y de unos pocos animales domésticos.
Todo lo demás pertenecía al Inca. Los habitantes trabajaban para el imperador que,
como compensación, les ponía a disposición las tierras comunitarias y repartía parte de
las cosechas de dichas tierras. En estos términos se podría hablar de socialismo de
Estado apoyado en un colectivismo agrario. Puntualiza Métraux que en la organización
6
A. Métraux, Gli Inca, Torino, Einaudi Editore, 1969.
20
imperial también los jefes locales jugaban un papel muy importante, puesto que
gozaban de privilegios y tenían autoridad sobre la población de sus provincias.
A nadie se le exigía un impuesto sobre sus bienes personales; los Incas preferían
controlar la riqueza más preciosa: la energía y la fuerza de trabajo de sus pueblos. Así
que cada núcleo familiar estaba sometido al sistema de las prestaciones personales, lo
que significaba trabajar las tierras del rey y las del Sol, además de las propias. La
obligación de prestación empezaba cuando un joven se casaba, pues sólo entonces se
formaba la unidad económica tomada en consideración por el Estado, es decir la
familia. Al final todo el peso de estas prestaciones recaía sobre los campesinos que,
además de los compromisos con los jefes y las divinidades locales, tenían que cultivar
las tierras del Inca. Los imperatores Incas, dueños de una parte de las tierras, exigían
que éstas fueran cultivadas colectivamente por los miembros de la comunidad. Quizás
sea ése factor, junto a la casi completa inexistencia de la propiedad privada, lo que
inspiró la visión socialista como interpretación de la organización incaica. Por lo que
concierne artesanos y artistas, hay que subrayar que trabajaban para el imperio o para un
alto dignatario a lo largo de toda su vida. Métraux relaciona su situación con la de los
artesanos del antiguo Egipto, sujetos a la voluntad del Faraón. Por medio del estudio de
las funciones de otras figuras sociales, Métraux finaliza su análisis comparando el
imperio Inca a las monarquías asiáticas más que al perfecto Estado socialista. Está
consideración está reforzada por el hecho de que el Estado no ejercía un monopolio
sobre todas las actividades comerciales; el trueque de ciertos productos estaba a la orden
del día y no estaba sujeto a la intervención estatal. Las estadísticas y los censos, que
muchos han utilizado como prueba del socialismo incaico, en realidad servían para
regular los tributos del pueblo y planear las grandes obras públicas. Finalmente Métraux
cita la definición de socialismo formulada por Bertrand Russel
7
:
“Il socialismo significa la proprietà comune della terra e del capitale sotto una forma
democratica di governo. Esso implica la produzione diretta in vista dell’uso e non del
profitto, e la distribuzione dei prodotti, se non in modo eguale per tutti, almeno con le sole
ineguaglianze giustificate dall’interesse pubblico”.
7
A. Métraux, Gli Inca, p.94, op. cit.
21
Leyendo esta definición Métraux concluye que el Imperio Inca no responde a estas
características. El colectivismo agrario existía pues sólamente en los ‘ayllu’; el
excedente de la producción era en gran parte destinado a la casta dominante, en lugar de
ser repartido igualitariamente entre el pueblo; la ayuda a los viejos y a los enfermos era
un deber de la comunidad local, no del Estado; las prestaciones personales beneficiaban
a la casta dominante, no a la colectividad. Por otro lado existían medidas que han
inducido a sostener la opción socialista: el trabajo colectivo para las grandes obras (red
de carreteras, puentes, sistema de irrigación, palacios gubernamentales) estaba
organizado de manera que durante ese período los trabajadores estaban alojados y
mantenidos a cargo del Estado; la función de los almacenes estatales, que acumulaban
productos en caso de carestía, o para mantener al ejército; la asistencia estatal al
ciudadano, que los españoles interpretaron como una variedad de ‘Welfare State’
moderno, debido a que no se conocía la pobreza y no existía el hambre. Métraux
desmitifica pues el mito del perfecto Estado socialista incaico con una serie de pruebas e
investigaciones racionales y metódicas. John Murra, otro notable antropólogo-etnólogo,
coincide con la versión de Métraux.
Rumano de origen y estadounidense de adopción, Murra inicialmente cedió a la
definición de ‘feudal’ para denominar al antiguo Imperio Inca, supo luego rectificar su
posición. Resolvió concentrarse en el plan provincial, local, étnico, para llegar a
explicar el carácter del Estado Inca, central y centralizador. Rechaza pues clasificar a
los incas como socialistas, feudales o totalitarios, concordando con Métraux en el
análisis de los puntos fundamentales de la sociedad incaica. También Murra evidencia
que el mito de la responsabilidad estatal, lo que más arriba hemos relacionado al
‘Welfare State’ moderno, difundió la leyenda del Imperio socialista de los Incas
8
. Los
excedentes producidos venían repartidos como la autoridad creyera más provechoso; en
este sentido el Estado Inca funcionaba como un mercado, absorbiendo la producción
sobreabundante y utilizando el excedente para alimentar al ejército, para homenajear a
un cacique o para mantener a los hombres empleados en las faenas públicas. J. Murra ha
estudiado detenidamente la economía y la política del mundo andino en la época de la
dominación incaica, analizando las micro-organizaciones económicas locales y
demostrando que el principal ingreso para el Estado procedía del trabajo agrícola. En su
8
J. Murra, Formizioni economiche e politiche nel mondo andino, p.15, Torino, Einaudi Editore, 1980.
22
proceso de comprensión de las estructuras sociales de la América andina, integrado por
estudios que van desde la organización política hasta la importancia del textil en las
relaciones sociales, Murra comprende que hay que apartarse de los modelos de la
historia social y económica europea, para concentrarse en los datos funcionales
recogidos durante el trabajo etnográfico de campo. Su experiencia le lleva a no caer en
la tentación de escritores y filósofos del siglo XIX, no reconociendo la organización
incaica como un sistema comunista.
Los etnólogos sostienen pues una posición diferente de la que exponíamos al
principio de este párrafo. Ellos, acuérdense, tomaban como referencia práctica el
comunismo incaico, que les valdría como orientación para organizar un moderno
socialismo latinoamericano. Cabe destacar la diferencia entre el comunismo moderno y
el comunismo incaico: pertenecen a distintas épocas y son elaboraciones de diferentes
experiencias humanas. Una confrontación entre ésas formas de comunismo resulta
difícil, puesto que nos enfrentamos a grandes diferencias de tiempo y de espacio. La de
los Incas fue una civilización agraria, la de Marx es una civilización industrial; en la
primera el hombre se sometía a la naturaleza, en la segunda la naturaleza se somete al
hombre. Resulta evidente que la restauración de un gobierno parecido a la supuesta
organización comunista incaica es anacrónica, pero estos antecedentes nos brindan el
punto de partida para analizar más en profundidad la difusión del socialismo moderno
en América Latina.