8
Obras
Entre sus obras han llegado hasta nosotros:
• Continuatione dell’Historia delle Rivoluzioni di Francia di Pietro Mattei […]
Tradotte di nuovo dalla lingua Francese, nell’italiana da Guglielmo Alessandro di
Novilieri, Clavelli, francese4;
• Il Novelliere castigliano di Michiel de Cervantes Saavedra5 ;
• Nomenclatura Italiana, Francese, e Spagnuola. Con i tèrmini proprij di ciascun
Capìtolo6, poco o nada considerada por los lexicógrafos, ya que las pocas noticias
que se pueden encontrar sobre ella están en las páginas que le dedica A. Gallina7, y
en los escritos de pocos otros estudiosos como B. Quemada8, M. Aya la Castro9 y M.
Alvar Ezquerra10 que, sin embargo, toman de ella sus noticias o añaden poco nuevo.
4
Cf. nota 1.
5
Il Novelliere castigliano di Michiel de Cervantes Saavedra , Nel quale, mescolandosi lo stile grave co’l
faceto, si narrano avvenimenti curiosi, casi strani, e successi degni d’ammirazione […]Tradotto dalla
lingua Spagnuola nell’Italiana dal sig. Guglielmo Alessandro de Novillieri, Clavelli […], Venecia,
Barezzi, 1626.
6
NOMENCLATURA / ITALIANA / FRANCESE / E / SPAGNUOLA. / Con i termini proprij di ciascun
Capìtolo. / NOMENCLATURE / ITALIENNE; FRANÇOISE, / ET ESPA GNOLE. / Avec les termes
propres de chacun Chapitre. / DE GUILLAUME ALEXANDRE / DE NOVILIERS, / Clavel. /
NOMENCLATURA / ITALIANA, FRANCESA, / Y ESPAÑOLA. / Con lo tèrminos proprios de cada
Capìtulo. / Con licenza de’ superiori, e Privilegio. / IN VENETIA, MDCXXIX. / Appresso Barezzo
Barezzi. /Ad istanza dell’Autore.
7
Gallina (1959), pp. 292-302.
8
Quemada (1967), pp.364-365.
9
Ayala Castro (1992).
10
Ezquerra (1993), pp. 277-287.
9
CONTEXTO
Breve historia de la lexicografía desde el origen hasta hoy
La lexicografía, como actividad práctica que afecta a la compilación de diccionarios, es
una praxis cultural cuyo nacimiento es difícil de situar en un momento preciso de la
historia del hombre. Se sabe que existe desde hace más de cuatro mil años11 y que ya en
la Antigüedad clásica hubo trabajos lexicográficos, bajo las formas más diferentes,
desde los llamados Vocabularios de Ebla12, unas columnas bilingues impresas en tablitas
de arcilla de la mitad del III milenio a. C., hasta, a veces, trabajos en forma de
diccionarios, aunque sin esta denominación precisa13, que aparecerán mucho má s tarde,
hacia finales de la Edad Media.
Con todo, la memorización de listas de palabras, sea ordenadas alfabéticamente, sea
divididas por campos temáticos, es una técnica muy conocida y difundida. Se encuentra
en todas las civilizaciones importantes sobre las cuales se tiene algún conocimiento
fiable: desde los egipcios hasta los griegos y los romanos, aunque es muy poco lo que
ha llegado hasta nosotros14.
La razón más importante con que se pueda justificar la existencia de recursos
lexicográficos de información es la necesidad de mutua comprensión frente a la
multiplicidad de las lenguas o lenguajes, de su variabilidad y poca estabilidad en el
tiempo y en el espacio 15.
11
Cf. Hausmann y otros (1989-1991), Preface, pp. XVI-XXIV.
12
Cf. Marello (1989), p. 6.
13
J. Martinez de Sousa fecha la aparición de la denominación entre 1190 y 1252, en el Dictionarium del
musicólogo de origen inglés Juan de Garlandia. En España Nebrija la utiliza ya en 1492 en su
Diccionario latino-español (Lexicon hoc est dictionarium ex sermone latino in hispaniensem) y en
Francia se encuentra en 1539 en los Dictionarium latino-gallicum y Dictionnaire francois-latin impresos
por R. Estienne. Cf. J. De Sousa (1995), p. 115.
14
Cf. Sánchez Pérez (1992), pp. 1-139.
15
Cf. Preface a Hausmann y otros (1989-1991), p. XVI, y la definición que da Lara (1997): “La
necesidad de información es lo que da origen a la lexicografía bilingüe o multilingüe [...] se sitúa en la
base de toda teoría que pretende reconocer y explicar lo que son los diccionarios en cuanto fenómenos
lingüísticos.”.
10
Considerando los descubrimientos arqueológicos hechos hasta el día, parece que las
civilizaciones clásicas no tenían necesidad alguna de repertorios bilingües, ya que
existían funcionarios específicamente encargados para actuar como traductores y
puentes entre dos o más pueblos y lenguas. No interesaba la compilación de obras
destinadas a la directa comparación de palabras de lenguas diferentes, sino que el valor
del sentido de los vocablos asumía su importancia considerado en el mismo nivel de los
contactos interlingüísticos, sobre todo en la gestión de las relaciones comerciales y
jurídicas entre los pueblos. Como testimonian las inscripciones trilingües y bilingües
que se refieren a leyes o hechos históricos importantes, y en las que emerge el interés
por el fin mismo de la comparación, es decir la traducción. Un ejemplo muy elocuente
de esa necesidad práctica de traducción está representado, entre otros, por la conocida
piedra de Roseta, con su inscripción en tres lenguas.
La escasa difusión de la palabra escrita, y el bajo número de literatos, además, no
estimulaban la necesidad de un proceso de vulgarización del saber y tampoco, por
consiguiente, el nacimiento del que será el futuro vocabulario bilingüe y mucho menos
del monolingüe. Así, en la Antigüedad y durante casi toda la Edad Media, la actividad
lexicográfica estaba dominada por la glosografía, es decir la anotación y explicación de
palabras y formas díficiles en el margen de los textos en los que aparecían. Praxis que
llevó después a la producción de obras dedicadas al registro del léxico de un
determinado autor o a la interpretación de una obra en particular, con el intento de
recopilar y explicar los términos cuyo significado se había perdido porque la evolución
de la lengua y de la cultura había llevado a los hablantes a dejar de utilizarlos. Con todo,
se trataba de repertorios estrictamente ligados al contexto, a la obra o conjunto de obras
analizadas, y por lo tanto inutilizables sin ellas. Los estudiosos de lengua, sin embargo,
se dedicaban con más interés a la compilación de obras muy diferentes entre ellas: de
caracter gramatical; con intereses etimológicos; con definiciones de caracter
enciclopédico o lexicológico; con una especial atención para los términos más difíciles,
sobre todo en aquellas obras cuyo repertorio léxico servía de soporte para la enseñanza
gramatical; y, a veces, también con una combinación de los varios tipos de información
en glosas que resultaban así poco uniformes, debido a su compilación, hecha según los
distintos tipos de interrogantes que las palabras reunidas podían despertar en el lector.
11
Glosas y léxicos, bien alfabéticos, bien clasificados según la materia o campo
conceptual de pertenencia, constituyen una clara conexión entre antigüedad y Edad
Media. Se trata, en efecto, de modalidades de registro que fueron difundiéndose de
manera considerable, sobre todo después de la llegada en Europa, a través de los
Arabes, del arte chino de la fabricación del papel, medio indispensable para el
desarrollo de unas obras que, como las lexicográficas y enciclópedicas, dependen
mucho de su formato, facilidad en el manejo y precio. Entre los siglos octavo y noveno,
en efecto, el número de los glosarios fue aumentando considerablemente, llevando
consigo notables innovaciones que abrieron el paso hacia nuevas y más funcionales
obras lexicográficas: el empleo de términos de las lenguas romances, que van
alternándose a las usuales glosas en latín, en la explicación de las palabras o expresiones
latinas; y la aparición de obras resultado de la colección de glosas pertenecientes a
diferentes glosarios, ordenadas alfabéticamente y, por lo tanto independientes del
contexto, es decir de los textos originales de los que derivaban.
Además se difundieron en toda Europa diccionarios latinos de caracter enciclopédico,
como el de Papias16, del siglo XI, que, intuyendo la necesidad instrumental del latín de
las nuevas clases sociales, daba mucha información gramatical, introduciendo también
algunos términos del habla común, y mantenía un riguroso orden alfabético, aunque se
continuaba percibiendo cierta polivalencia, por el uso alternado de dos métodos
compilativos: uno derivado de la tradición de los glosarios, que daba la forma
equivalente de los términos o ilustraba su sentido; el otro derivado de la disciplina
llamada derivatio,que definía las palabras refiriéndose a las estruc turas
linguísticas de sus paradigmas.
El diccionario surgirá efectivamente de la unión entre estas dos modalidades, a través un
camino que ve también, en el siglo XII, la existencia de manuscritos que se presentaban
divididos en dos secciones17, una para cada método: las Expositiones, es decir un
16
Elementarium doctrinae rudimentum o Lexicum, redactado en el s. XI y publicado por primera vez en
Milán en 1476.
17
Como Panorma, de Osborn de Gloucester. Cf. Classicorum auctorum e vaticanis codicibus editorium
tomus VIII. [Osbern von Gloucester:] Thesaurus novus latinitatis...Romae 1836.
12
glosario, y las Derivationes. Solo con el muy famoso Catholicon18 de Johannes Balbus,
del siglo XIII, se llegó a una afirmación de las características principales del futuro
diccionario. En este se unió, efectivamente, la estructuración alfabética, cierta atención
crítica para el contenido léxico, y la organización del léxico latino en un único conjunto,
después que Uguccione da Pisa, con su obra19, había eliminado la división entre glosas y
derivaciones. Prueba de su importancia puede ser el hecho de que fue la primera obra
lexicográfica que fue estampada, por el mismo Gutenberg, en 1460.
Mientras, la lexicografía bilingüe seguía sirviendo de soporte instrumental del latín en
enciclopedías, glosarios y léxicos: las palabras de las lenguas romances aparecían aún
muy raramente en los productos lexicográficos y solo para explicar términos latinos que
ya se desconocían.
La emancipación de las lenguas romances
Con la invención de la imprenta, en torno a 1440, despertó en todo el mundo el interés
por la cultura, y los diccionarios, como los demás libros, se convirtieron en portadores
de esta. La lexicografía fue ampliando sus horizontes y, junto a obras y diccionarios que
abarcaban todas las formas del saber, empezaron a difundirse también unos productos
que iban gradualmente dejando las pretensiones enciclopédicas para introducir glosas en
lengua vulgar más simples y directas. Estas, abandonando el papel de apoyo ocasional y
excepcional, llegaron a ser verdaderas explicaciones al par de las latinas, e incluso más
funcionales que estas últimas, ya que el latín iba convirtiéndose en lengua cada día más
ajena al uso cotidiano, generando la necesidad de una mediación para poder resultar
comprensible. Los diferentes vulgares iban así emancipándose y llevando a la
compilación de unas obras que, de meros instrumentos, útiles para las traducciones
latinas, les veían mudar en instrumentos de estudio y de comparación directa.
18
Summa quae vocatur Catholicon (o Catholicon), de Joannes Balbus (o Joannes de Janua, Jean de Genes
o Giovanni Balbi), acabado en 1286, impreso por primera vez en Maguncia, 1460.
19
Uguccione da Pisa, Liber derivationum. [Magnae derivationes]., finales del s. XII.
13
El deseo de comprensión de los textos antiguos por parte de los estudiosos y filólogos
humanistas llevó luego a la realización de dos tipos fundamentales de repertorios: los
que afectan a más de una lengua y los que toman en consideración el caudal léxico de
una sola lengua.
El conjunto de obras veneto-bavareses llamado Introito e porta20, de 1477, parece
constituir el ejemplo de los primeros diccionarios bilingües impresos, que consideraban
la relación entre dos lenguas modernas, aunque se trataba de variantes dialectales, con
su disposición en columnas y el hecho de confrontar las lenguas de manera directa,
dando las formas correspondientes de vocablos conocidos. Además, introduciendo
también advertencias gramaticales y locuciones o frases hechas, se acercaban a los
modernos manuales para viajeros o para quien tiene que hacer un uso práctico de la
lengua. Se parecían también, en la estructura y en las finalidades, a los textos de
diálogos utilizados originariamente para aprender latín y que, en el siglo XVI, se
redactaban para aprender las lenguas romances, seguidos de glosarios bilingües de las
palabras empleadas. Como estos, presentaban los lemas ordenados por argumento,
prestaban una atención particular hacia el lenguaje cotidiano y podían facilmente
trasformarse en repertorios plurilingües, a través de la simple añadidura de traducciones
en otras lenguas21.
Con todo, a mediados del siglo XV ya circulaban manuscritos en cuatro lenguas, y
desde comienzos del XVI empezaron a imprimirse los primeros diccionarios
plurilingües, cuya demanda siguió aumentando, esta vez con el latín, el cual funcionó
durante todo el siglo como lengua de entrada y accesso a los otros vulgares. Un caso
particular está representado por el diccionario enciclopédico latino de Ambrogio
Calepino22, impreso por primera vez en 1502 y seguido por numerosas ediciones que
fueron añadiendo, a la versión italiana de la palabra latina, otras lenguas, hasta alcanzar
20
Questo Libro el quale si chiama introito e porta de quele che voleno imparare a comprender todescho
e latino, cioè italiano el quale e utilissimo per quele che vadano a praticando per el mundo e sia todesco
o italiano, Venecia, 1477. Cf. Collison (1982).
21
Es el caso de la nomenclatura de F. Garonum (1526), que en realidad es la primera edición en cinco
lenguas del Introito e porta de 1477. Cf. M. A. Castro (1992), p.130, y A. Gallina (1959), pp. 31-42.
22
Ambrogio Calepino, Ambrosii Calepinis Bergomatis Eremitani Dictionarium, Rhegium, 1502.
14
ocho y más23 en obras destinadas a un público internacional. Su gran popolaridad,
además de por su difusión, está probada por el hecho de que los diccionarios latinos y
plurilingües que siguieron se llamaron a menudo Calepini.
Al mismo tiempo, al lado de estos repertorios se desarrollaban también diccionarios
bilingües latín-romance que, representando las colecciones de términos vulgares más
completas a disposición entonces, constituirán las bases más importantes para el
nacimiento de los grandes monolingües y bilingües de las lenguas romances. Como la
gradual afirmación de cada lengua vulgar constituye el comienzo de las diferentes
historias de las lenguas y está también ligada a la historia de la formación de cada
estado nacional, habría que dedicarse distintamente a cada una de ellas. Visto que la
obra de Novilieri, tratada por este estudio, considera las lenguas italiana, francesa y
española, me parece suficiente ocuparnos solamente del desarrollo de la lexicografía
que afecta a estas tres, a través de un breve excursus de las obras que fueron
compuestas.
En Italia24
La tradición italiana parece poseer un número abundante de obras lexicográficas, en
particular si se toma en consideración los glosarios latino-vulgares, aunque se trate de
una sección todavía no completamente estudiada y caracterizada por la presencia
constante de rasgos dialectales. El primer producto lexicográfico parece remontar al
siglo XIV y estar constituido por un conjunto anónimo de poco más de mil vocablos
latinos, a veces traducidos al vulgar, conocido como Codice B.56 de la Biblioteca
Municipal de Perugia. Al siglo sucesivo pertenece el Codice Magliabechiano I.32 de la
Biblioteca Nacional de Firenze 25, el primer glosario con el latín acompañado por el
vulgar toscano y que presenta los vocablos organizados por argumento. Cierto interés
23
Se encuentran las traducciones en once lenguas en Ambrogio Calepino, Dictionarium undecim
linguarum ... Respondent autem Latinis vocabulis Hebraica, graeca, gallica, italica, germanica, belgica,
hispanica, polonica, ungarica, anglica onomasticum..., Basileae, 1609.
24
Cf. Baldelli (1959, 1971); Olivieri (1942); Poggi Salani (1982); Rossebastiano Bart (1986); Marello
(1989); Massariello Merzagora (1983); Gallina (1959); Princi Braccini (1986); Messi (1943); Vignuzzi
(1983).
25
De Gherardo de Casulis.
15
merece, luego, el Vocabulista Ecclesiastico26, porque mantiene el orden alfabético de las
palabras que, aunque algo aproximado, muestra un avance hacia una concepción más
moderna del diccionario.
En España 27
También en España los primeros trabajos lexicográficos están representados por
glosarios latín-vulgar: los más antiguos pertenecen a la misma época de los italianos y
parecen ser copias aragonesas de unos glosarios más antiguos28, probablemente
compuestos basandose en glosarios medievales latín- francés del mismo tipo; se trata del
Glosario de Toledo y del Glosario de Palacio, de finales del siglo XIV, y del Glosario
del Escorial29, del siglo XV. A 1475 remonta La Gaya de Pero Guillén de Segovia, un
diccionario de rimas que durante mucho tiempo fue considerado como la primera obra
lexicográfica del castellano, mientras que, en realidad, el primer diccionario con
explicaciones en castellano 30 es el Vocabulario de Alfonso F. de Palencia 31, aunque, por
su caracter aún medieval32, fue enseguida suplantado por los trabajos de Antonio de
Nebrija: el Diccionario Latino-Español de 1492 y el Vocabulario Español-Latino o
Vocabulario de Romance en Latín de 149533, que serán tomados como modelos y bases
para la compilación de muchas obras posteriores, incluso las de autor extranjero.
Efectivamente, el primer diccionario bilingüe que abandona el latín, el Vocabulista34 de
Fray Pedro de Alcalá, toma la parte castellana de Nebrija y la traduce al árabe
añadiendo muy poco de original.
26
Frate Giovanni Bernardo Savonese, Vocabulista Ecclesiastico latino-volgare, 1479.
27
Cf Azorín (2000); Bajo Pérez (2000); Haensch (1996); Seco (1987); Ezquerra (1989); Steiner (1970);
Casares (1950); Catalan (1974).
28
Cf. Gallina (1959).
29
Glosario de Toledo (Biblioteca de la Catedral de Toledo). Glosario de Palacio (Biblioteca del Palacio
Nacional). Glosario del Escorial (Biblioteca del Escorial). Cf Castro (1991); Larragueta (1984); Díaz y
Díaz (1978); García de Diego (1933); Wolf (1991).
30
Aunque pocas, pues es un diccionario latino.
31
Alfonso Fernandez de Palencia, Vocabulario Universal en latín y romance, Sevilla, 1490.
32
Ezquerra (1993b), II, pp. 1153-1160.
33
Elio Antonio de Nebrija, Dictionarium ex sermone Latino in Hispaniensem (conocido como
Diccionario Latino-Español), Salamanca, 1492; y Dictionarium ex Hispaniensi in Latinum sermonem
(conocido como Vocabulario Español-Latino o Vocabulario de Romance en Latín), Salamanca, 1495.
34
Fray Pedro de Alcalá, Vocabulista Arábigo en Letra Castellana, Granada, 1505.
16
En Francia35
También el desarrollo de la lexicografía francesa36 sigue más o menos estos pasos,
partiendo desde los modelos latinos, bastante conocidos, para llegar a obras manuscritas
bilingües latín- lengua viviente de ellos derivadas durante los siglos XIII y XIV,
conservadas en las llamadas series Abavus y Aalma. Pero quedan bastante inexplorados
los pasajes que llevan del siglo XV al XVI. Con todo, en el Catholicon de Balbi se
puede reconocer la obra común en que se basa la casi totalidad de los repertorios léxicos
alfabéticos que aparecieron en Europa durante el periodo Humanista. Su nomenclatura y
definiciones se encontrarán en los glosarios latín-vulgar del siglo XV e, indirectamente,
del XVI, como en el léxico manuscrito bretón- francés-latín de Lagadeuc (1464),
impreso en 1499.
Lexicografía bi- y multilingüe
Las diferentes lenguas europeas que ya habían tomado contacto ent re sí en obras
plurilingües como el Vocabulista37 y los numerosos Calepinos publicados por todo el
siglo 38, empezaron también a confrontarse directamente en obras bilingües o
plurilingües de lenguas modernas, que dejaban definitivamente a un lado el latín. Por
ejemplo, un breve léxico francés y español se encuentra en el primer diccionario
bilingüe castellano dedicado a una lengua europea, el Vocabulario de Jacques de Liaño
(1565)39, en el cual el francés ya ha adquirido el estatuto de lengua de entrada. En la s
Ricchezze della lingua volgare de Alunno (1543)40, en cambio, una enumeración de
palabras italianas está acompañada por la traducción en una de las lenguas extranjeras
35
Cfr. Quemada (1967); Dubois (1971); Matoré (1968); Baldinger (1974); Höfler (1982).
36
Cfr. L. Bray, “La lexicographie française des origines à Littré”, en Hausmann y otros (1989-1991), II,
pp. 1788-1818.
37
Quinque linguarum utilissimus Vocabulista Latine Tusche Gallice Hyspaniche et Allemanice Valde
necessarius per mundum versari cupientibus…, 1526.
38
Cf. Rossebastiano Bart (1984); Labarre (1975) es una bibliografía de las ediciones del Calepino desde
1502 hasta 1779.
39
Jacques de Liaño, Vocabulario de los vocablos que más comúnmente se suelen usar, Alcalá, 1565.
40
Francesco Alunno, Ricchezze della lingua volgare, Venecia, 1543.
17
escogidas, entre las cuales figuran la francesa y la española con un discreto número de
voces.
Francés e italiano 41 se encuentran juntos, luego, en las obras de los primeros
lexicógrafos bilingües conocidos: Fenice42, Canal43 y Vittori44, protestantes italianos que
se encontraron en Francia por la diáspora45. La obra de Vittori, en particular, se destaca
por reunir en su Tesoro (1609) las tres lenguas, a través de la tradución al italiano del
Tesoro de las dos lenguas de C. Oudin (1607)46 y, después (1617)47, de la añadidura de
toda la parte italiano- francés-español, basandose para el italiano en la obra toscana de
Politi (1614) y para el francés en la francés- latín de Nicot (1573), además de unas
aportaciones originales, aunque pocas. Por otra parte, el Tesoro de C. Oudin ya
presentaba un rico diccionario español- francés que dominó toda la lexicografía bilingüe
francés-español del siglo XVII.
Español e italiano 48 se encuentran juntos ya en 1562 en el que A. Gallina considera
como el primer ensayo de léxico bilingüe de estas dos lenguas. Se trata del diccionario
de Landucci49, nunca publicado, que recoge en la parte español- italiano unas 7000
palabras y locuciones, pero cuya traducción al italiano está llena de errores. En cambio,
tiene que ser considerado como primer verdadero diccionario bilingüe bidireccional el
Vocabulario de Cristobal de Las Casas50, publicado en 1570 y seguido de numerosas
ediciones. No se trata de una simple traducción de voces latinas, ni de un repertorio
compilado para ayudar en el estudio de un texto literario, sino de una obra original,
bipartita y bastante amplia para la época con, más o menos, 15.500 voces en la parte
41
Cf. Passen (1981); Bingen (1986); Quemada (1967).
42
G. A. Fenice, Dictionnaire François & Italien, Morges, 1584.
43
P. Canal, Dictionaire françois et italien, Chouet, Genève, 1598.
44
G. Vittori, Tesoro de las tres lenguas Francesa, Italiana y Española, Pernet, Genève, 1609.
45
Cfr. Bingen-Van Passen, “La lexicographie bilingue français -italien, italien-français”, en F. J.
Hausmann y otros (1989-1991), III, pp. 3007-3013.
46
Cesar Oudin, Tesoro de las dos lenguas francesa y espaola, Paris, 1607.
47
G. Vittori, Le Thresor des trois langues, Espagnole, Françoise, et Italienne, 3 voll., J. Crespin,
Cologny, 1617.
48
Cf. Gallina (1959); Aragone (1961); Gallina (1959b); Gallina, “La lexicographie bilingue Espagnol-
Italien, Italien-Espagnol”, en Hausmann y otros (1989-1991), III, pp. 2991-2997.
49
N. Landucci, Bocabolario español, italiano, francés y bizcayno, 1562, Madrid, Biblioteca Nacional, Ms
8341.
50
Cristobal de Las Casas, Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana, Francisco de Aguilar,
Sevilla, 1570.
18
italiano-español y 10.000 en la español- italiano 51. Utilizó el trabajo de Nebrija, pero con
cierta independencia, rechazando las palabras menos comunes y añadiendo muchas
voces necesarias para un uso práctico del diccionario, como sustantivos verbales y
participios pasados de verbos ya presentes en infinitivo, porque podía resultar así más
util para un público menos instruido que el de los vocabularios latinos. Era todavía una
obra de caracter elemental, porque no incluía indicaciónes gramaticales, daba sinónimos
que se subseguían uno tras otro sin explicaciones o ejemplos y escasa fraseología. Su
éxito se fue eclipsando desde 1620 por la aparición del primer diccionario bilingüe
concebido de manera moderna: el Vocabolario Italiano e Spagnolo de Franciosini52, el
único que seguirá imprimiendose durante los dos siglos siguientes. Este completó y
corrigió el trabajo de Las Casas sirviéndose de otros diccionarios, aumentando el
número de los lemas, acompañando los diversos términos empleados como traductores
con discriminaciones de significado y explicaciones, y añadiendo mucha fraseología
enriquecida por la citación de proverbios.
Lexicografía monolingüe
Dejando el sector de las obras bilingües y políglotas y entrando en el de las
monolingües nacidas al margen de las experiencias preparadas por aquellas, vamos a
ver, brevemente, la situación de cada uno de los tres países que nos interesan.
Italiana 53
La lexicografía monolingüe italiana, a diferencia de las otras lexicografías europeas, no
se desarrolló a partir de las obras bilingües presentes, sino que debido a su historia
lingüística caracterizada por una gran fragmentación dialectal y por la falta de una
lengua nacional, se inició tempranamente con numerosas obras monolingües que se
51
Datos proporcionados por A. Gallina, art. cit. en nota 48.
52
Lorenzo Franciosini, Vocabolario Italiano e Spagnolo, appresso G. P. Profilio, Roma, 1620.
53
Para referencias bibliográficas de ampliación véase nota 24.
19
desarrollaron de manera autónoma ya desde la primera mitad del siglo XVI54. Con todo,
es solo con la fundación de la Academia de la Crusca cuando se puede reconocer el
comienzo de la lexicografía italana oficial, y con la publicación, en 1612, de su famoso
Vocabulario55, obra que prontamente se impuso como modelo de imitar para los
monolingues de las otras lenguas modernas.
Española56
La lexicografía española se inicia tempranamente. El primer diccionario monolingüe
publicado en España es el Tesoro57 de Sebastián de Covarrubias, que aparece en Madrid
en 1611. Se trata de una obra extensa, que aporta un gran caudal léxico y muchas
noticias acerca de los usos y costumbres de la época. Aunque no exenta de
imperfecciones y defectos lexicográficos58, sus características la llevarán a ser apreciada
y tomada en cuenta como autoridad lexicográfica incluso en la elaboración del
diccionario de la Real Academia59.
Francesa60
En Francia, el padre de la lexicografía puede ser considerado Robert Estienne 61, aunque
el objetivo de sus obras seguía siendo el estudio de la lengua latina. En efecto, este
publicó, en 1531, el Thesaurus Linguae Latinae, un diccionario monolingüe latino que
después aprovechó como base para su bilingüe latín-vulgar62, con la lengua vernácula
todavía relegada a funciones secundarias. Solo un año después se entró de hecho en la
54
Cf. Massariello Merzagora (1983), pp. 17-18, y las referencias bibliográficas p.156.
55
Vocabolario degli accademici della Crusca. Con tre indici delle voci, locuzioni e proverbi Latini, e
Greci, posti per entro l’opera , G. Alberti, Venecia, 1612. Cf. Crusca (1985).
56
Para referencias bibliográficas de ampliación véase nota 27.
57
Sebastián de Covarrubias y Orozco, Tesoro de la lengua Castellana o Española, Madrid, 1611.
58
Cf. De Sousa (1995).
59
Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana, 6 vols. Madrid, 1726-1739.
60
Para referencias bibliográficas de ampliación véase nota 35.
61
Cf. Wooldridge (1975, 1977).
62
Robert Estienne, Dictionarium latino-gallicum, Paris, 1538.
20
lexicografía moderna de la lengua francesa con el Dictionnaire François-Latin63, un
repertorio léxico que dio al francés el estatuto de lengua de partida, aunque el mismo
Estienne lo redactó realizando una esencial inversión de la obra anterior y con la
intención de servir una vez más a un público de latinistas. Con todo, como atestigua la
introducción a la edición de 156464, este último diccionario resultó muy útil no solo
como instrumento para los que traducían al latín, sino para todos los que deseaban
entender la lengua francesa, funcionando así como el monolingüe que todavía hacía
falta. Además, los estudiosos de los orígenes de la lexicografía francesa65 demostraron
que el primer monolingüe fue el resultado de una derivación directa del bilingüe
anterior. En 1606, en efecto, apareció la obra de J. Nicot66, elaborada a partir del
precedente diccionario francés-latino, pero, por primera vez, con el fin de producir un
diccionario monolingüe67.
Las nomenclaturas
En la evolución de las obras lexicográficas hay que dedicar un capítulo a parte al
estudio de las nomenclaturas: una clase particular de repertorios léxicos, publicados y
difundidos por toda Europa a partir desde la Edad Media hasta nuestros días68.
En el lenguage lexicográfico, con el termino nomenclatura se define un conjunto
de nombres asignados de manera sistemática a los objetos relativos a una precisa
actividad, es decir un subconjunto del léxico general que cubre el campo semántico de
un arte, una técnica, un trabajo, cuyo términos son generalmente designativos y neutros
y tienen, entre ellos, el mismo valor connotativo69. También fue definida como un acto
de la inteligencia práctica y no de la racional70. Efectivamente, se trata de un nombre
63
Robert Estienne, Dictionnaire françois- latin, Paris, 1539.
64
En R. Estienne (1564) Dictionnaire françois-latin, Paris, se lee: «…à tous desirants entendre la
proprieté de la langue francoyse».
65
Como sostiene Carla Marello (1989,), p. 12, basándose en Woolodridge (1977).
66
J. Nicot (1606), Thresor de la langue francoyse, D. Douceur, Paris.
67
Cfr. L. Bray, art. cit. en nota 36.
68
Cf. Ayala Castro (1992).
69
Cardona (1988), p. 216.
70
Pagliaro. Citación presente en la definición de Cardona, cfr. Supra.
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tradicionalmente asignado a diccionarios metódicos que muestran un plan de
concepción y desarrollo completamente distinto del de los diccionarios alfabéticos.
Estas obras toman los objetos, considerados como puntos de partida, y las palabras
correspondientes, que constituyen el punto de llegada, y los reúnen y clasifican según
unos criterios diferentes, pero siempre o generalmente fundados en la visión práctica de
la realidad, es decir según los lugares donde se enc uentran tales cosas, las finalidades a
las que están destinadas o las relaciones que se establecen entre algunos conceptos en
determinadas situaciones. Son trabajos que difieren de las tradicionales obras
lexicógraficas, incluso de los diccionarios de sinónimos, analogías o de palabras afines
y correlativas, porque están basados en un criterio de clasificación que pretende
organizar el material léxico según lo designado, sin considerar la palabra en si misma,
su forma y componente linguística, y tampoco su significado71.
Las nomenclaturas suelen estar escritas en más de una lengua y ocupan, así, un lugar
importante en la historia de la lexicografía políglota, especialmente entre las obras
destinadas a ser empleadas en la enseñanza y aprendizaje de las lenguas extranjeras72.
Tienen como única finalidad la de proveer una clasificación temática del léxico de una
lengua tomada como lengua de entrada, es decir como punto de partida, y la de procurar
los términos equivalentes en el idioma o idiomas escogidos como meta. Así, el material
léxico proporcionado suele estar organizado en tantas columnas cuantas son las lenguas
tomadas en consideración, de manera que en una misma línea se encuentran diferentes
versiones de una misma palabra.
Se caracterizan por la completa ausencia de definiciones, aunque no faltan ejemplos de
obras73 que, junto a las listas de vocablos, definen74. Tampoco dejan de aparecer
repertorios que muestran intentos de organización alfabética del caudal léxico
71
Cf. Ezquerra (1993), art. cit., pp. 277-287.
72
Cfr. Corvo Sánchez (2001), “La adquisición de léxico y los inventarios lexicográficos en el ámbito de
la enseñanza de lenguas extranjeras: antecedentes históricos en el camino hacia la especialidad moderna”,
en Actas (2001), pp. 829-837, y Sánchez Pérez (1992), p. 76.
73
Hadrianus Junius, Nomenclator omnium rerum propria nomina variis linguis esplicata indicans,
Christophe Plantin, Anversa, 1567.
74
Cf. Ayala Castro (1992), p.132.